Por: Rocío Pineda García
Columnista invitadaInvestigadora social con estudios de maestría en “Género, Sociedad y Política”. Exsecretaria de las Mujeres de la Alcaldía de Medellín y de la Gobernación de Antioquia. Integrante de la Red Nacional de Mujeres, de la Red Colombiana de Mujeres por los Derechos Sexuales y Reproductivos, de la Mesa de Trabajo Mujer Medellín, de la Ruta Pacífica de las Mujeres y de la Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz.
La tradicional celebración del 20 de julio, su pompa militarista y el sabido pretexto del florero capitalino me recordó la magnífica crónica del historiador Enrique Santos Molano, «Mujeres Libertadoras: Policarpas de la Independencia» (Planeta/2010), donde visibiliza y reivindica el papel de las mujeres en la lucha por la emancipación de la corona española.
Mujeres olvidadas por la historia oficial dedicada durante dos centurias a enaltecer las gestas masculinas, como si este fuese un país habitado solo por hombres o por mujeres ajenas a las transformaciones políticas y sociales de aquellos tiempos.
Nos presenta a unas cuantas santandereanas osadas como sus pares masculinos. Ana María Arguello, la madre, y Toribia Verdugo, la esposa “precursora de la liberación femenina” y “cómplice voluntaria y eficiente de las andanzas revolucionarias” de José Antonio Galán a finales del Siglo XVIII, cuando las ansias de liberación del yugo español empezaron a gestarse.
Manuela Beltrán, al atreverse a romper en El Socorro el Edicto Real, que en 1781 anunciaba los nuevos impuestos, inaugura el “gesto decisivo, la chispa que prendió el barril de pólvora de la revolución comunera”. Dice el historiador que todas mujeres de la zona agobiadas por los impuestos lanzaron un “grito de libertad” y se tomaron las administraciones alcabaleras frente a una multitud indignada por el abuso.
Las autoridades coloniales las calificaban como “las mujeres más viles” y se quejaban de la conducta femenina: “hasta la sujeción de las mujeres se ha enrevesado en la Villa de San Gil”. Un anuncio del rol protagónico de las mujeres en los inicios del movimiento revolucionario.
Por los mismos días, en Chiquinquirá, La ‘Negra’ Magdalena “puso a los hombres en pie de guerra”, rompiendo los Escudos Reales, “símbolos del poder de una autoridad lejana y despótica”. También fue señalada por las autoridades reales como “una mujer tan despreciable que no había palabras para calificarla”. Eran los albores de la revolución comunera que décadas después estallaría en la guerra de Independencia cuando, en 1819, la Corona fuera derrotada.
Rafaela Izasi, Magdalena Ortega, María de la Paz Enrile y Bárbara Forero fueron santafereñas de la élite del momento “dotadas de una capacidad intelectual aguda”. Como integrantes de la Tertulia del Buen Gusto, fundada por Manuel de Socorro Rodríguez, director de la Real Biblioteca de Santafé, jugarían un papel clave y apasionante, arriesgando sus vidas y su libertad durante la rebelión criolla contra el régimen colonial.
Otras mujeres que hicieron parte de La Tertulia del Buen Gusto, lugar de encuentro intelectual y político en el que se tejieron relaciones, conspiraciones y compromisos políticos indispensables para el triunfo de la Independencia, fueron Rosalía Aranzazugoytia, Andrea Ricaurte, Manuela Santamaría, Josefa Baraya, Petronila Lozano, Melchora Nieto, Gabriela Barriga, Carmen Gaitán, María Acuña, Eusebia Caicedo, Joaquina Olaya, Josefa Rizaralde, Juana Robledo.
El texto también menciona a “las chisperas”, “las vivanderas”, las “placeras”, mujeres del pueblo, como partícipes activas de la gesta independentista.
Termino con el deber de memoria con aquellas patriotas que, entre 1812 y 1820, dieron su vida por la Independencia que hoy celebramos. Ejecutadas: Antonia Santos, en el Socorro; Policarpa Salavarrieta, en Santafé; Rosa Zárate, en Tumaco; Mercedes Ábrego en, Cúcuta; Helena Santos Rosillo, violada antes de su ejecución, y como dice el historiador Santos Molano, otras “sesenta colombianas que en todo el país abonaron con su sangre las eras de la libertad”. Que no se nos quede ninguna en el anonimato. ¡De ninguna época! Tenemos una deuda histórica con las mujeres que cambian el curso de las cosas y ya es hora de reconocer el lugar que ocupan en la construcción de una sociedad más democrática, pluralista, equitativa y moderna.