Por: Andrés Marín
Caucasia suena a motos que van y vienen como un enjambre de moscas que aletean en todas direcciones. Por la Avenida Pajonal viene manejando Yamile Isabel Villamizar. La alcanzo a ver con rus rizos apretados y esa fuerza que ha alimentado el dolor y que con los años se transforma en ganas de vivir. A ella de le nota en la sonrisa.
Tenemos una cita para hablar de su vida, así que aquí estamos en la agencia Confiar con un vaso de agua y muchas preguntas. Yamile nació en Nechí- Antioquia el 8 de junio de 1973 y en ese pueblo pequeñito vivió feliz los años de su infancia, hasta que Melania, su madre, se vino con sus dos hijos a esta tierra. “Aquí me hice”, se oye decir con contundencia a Yamile. Seguramente los lugares te hacen y uno los hace a ellos, y en este pueblo brotó una historia que huele a firmeza, a dolor, resistencia y sobre todo a perseverancia.
Yamile y una de sus amigas se ganaban la vida con un negocio de pollos y un día, uno de sus clientes, el ingeniero Alejandro Niebles, que estaba encargado de construir la agencia Confiar le dijo que si quería un empleo formal le diera una hoja de vida que él la compartiría en la cooperativa. Yamile, una madre soltera y cabeza de familia no lo pensó dos veces y entregó la hoja de vida, con tan buena suerte que el 14 de noviembre del 2007, a un mes de la apertura de la agencia, comenzó a trabajar en el área de servicios generales. De los pollos a la trapeadora “Fue muy chistoso porque uno dice como qué hago… ¡Estoy en una entidad financiera! Que no la vaya a embarrar, y pues como el aseo es algo que uno hace todos los días en la casa y yo soy muy echa pá lante, me fue bien”.
Pero Yami alimentaba otros sueños para su vida y la de su familia, así que mientras aseaba también aprovechaba el tiempo para preguntar a sus compañeros/as acerca de sus funciones y labores “¿Qué estás haciendo ahí? ¡Enséñame!”, les decía. Y así empezó a aprender temas de asesoría, de productos, de procesos. Tanto, que a veces cuando había mucha gente ella apoyaba, se quitaba los guantes, se acercaba a un computador que había disponible y le decía al cliente con toda tranquilidad cuanto era el monto de la cuota que le correspondía.
Cuenta Yami que el director de ese entonces, al verla tan preguntona y con esas ganas, le dijo que si le gustaría hacer caja. La respuesta es obvia, así que Yamile comenzó a cubrir vacaciones o incapacidades y como cajera temporal alternaba con sus estudios de auxiliar contable por las noches, materializando el sueño que un día le compartiera a su directora zonal cuando le preguntó cómo se veía en 10 años y cuando contestó que no se veía en servicios generales a pesar de ser una labor bonita y útil.
Sin embargo, la vida y sus movimientos le tenía a esta mujer un momento complejo que la alejó de su sueño. Su hija María José se enfermó de Leucemia Linfoide Aguda cuando apenas tenía 11 años. Una época de dolor en la que a Yamile debía viajar constantemente a la ciudad de Medellín para los tratamientos médicos de la niña. María José tuvo que vivir un año en un hogar de paso con su abuela Melania y entre quimioterapias e incertidumbre Confiar estuvo siempre ahí, no solo cubriendo económicamente parte de los gastos, sino con la presencia de compañeros y compañeras que le daban cariño a María José y a Yamile en medio de esta difícil época ya dejada atrás con la buena nueva de que María se recuperó. Hoy a sus 20 años, trabaja y estudia psicología… porque de tal palo tal astilla.
La vida se normalizó un poco para Yamile hasta que un día llegó a trabajar y la jefe le dice “Yamile, vas para caja”. Ella pensó que sería un reemplazo mientras encontraban a otra persona, pero con lo que no contaba es que el mes llegaría su carta de ascenso. La emoción y alegría surgen mientras recuerda ese momento que le traería estabilidad y nuevas oportunidades para seguir transformado su vida. Yamile era ahora oficialmente la cajera de Confiar Caucasia y en agosto de este año cumplirá 6 años realizando esa labor.
Con el nuevo cargo a Yami se le activan las ganas de seguir aprendiendo, así que se matricula en el SENA en Gestión Financiera y Tesorería. Salía de la oficia a las seis de la tarde, se ponía su uniforme de estudiante y se iba a estudiar hasta las 10 de la noche. Si tenía trabajos pendientes se iba a casa de una compañera a estudiar hasta las doce o una de la mañana para poder estar en la oficina a las 8 en punto. Tremendo ritmo que Yami recuerda con alegría porque en sus propias palabras “Me parecía rico, porque a mí me encanta estudiar. Ahora apliqué a una especialización en Gestión Humana… vamos a ver qué pasa”.
A esta mujer extrovertida que valora la honestidad, la vida le seguía sonriendo porque en 2012 resultó favorecida con el prestamos para subsidio de vivienda que Confiar ofrece a sus trabajadores/as Yami recuerda este momento con profunda dicha, porque ese año llegaba su hija de Medellín y podría ofrecerle un mejor lugar para su recuperación, lejos de su antigua casa que se inundaba cuando llovía porque estaba al lado de un caño.
Con casa propia, que por cierto terminó de pagar el 30 de diciembre del 2020, Yamile pudo ofrecer mejor calidad de vida a sus tres hijos. La conversación se detiene y hay un extraño silencio, la voz de Yamile no sale más y la razón es otro de esos momentos de dolor que la vida le tenía dispuestos.
Al hablar de sus tres hijos, Yamile recuerda como la violencia se llevó a Andrés Felipe, un dolor difícil de sanar y que se unía a la muerte de su hermano también en medio de los conflictos que ha padecido este territorio durante años. Aún están a su lado María José y Cristián David, quien la hizo abuela de la mano de la pequeña Violeta, pero la ausencia de Andrés la marcó, tanto, que confiesa que un día tomó su moto y se dejó ir en un letargo de dolor, hasta que un pito de un carro la hizo caer en la cuenta de lo que estaba haciendo y buscó apoyo psicológico, que Confiar también le brindó como un abrazo solidario que le permitiría retomar sus sueños y su alegría.
“Confiar me ha dado más de lo que yo podría esperar. Yo nunca tuve papá y en Confiar sentí ese padre que te enseña, te apoya y te ayuda a crecer cada día más”, dice Yamile entre lágrimas.
Y es que al hablar de Confiar a Yamile se le ilumina el rostro cuando menciona su trabajo por la cultura, por la inclusión financiera, por el bienvivir. “Confiar para mí es en una sola palabra…abrazo. Ese que siento cada que entro a esta cooperativa o cada que pienso en ella”.
Y ante la nueva y trillada pregunta de cómo se ve en 10 años, Yamile sonríe y dice que se ve jubilada de Confiar, porque aquí se piensa quedar hasta que no dé más. Por ahora disfruta su tiempo trabajando y con su familia, la que le pido conocer, así que me subo a una moto y nos vamos rumbo al barrio El Camello en la carretera hacia Montería. El viaje es corto, llego a un lugar con sabor a costa y en una casa de fachada anaranjada, alegre y festiva como la misma Yamile me encuentro a 4 mujeres de diferentes generaciones: Melania Villamizar, la modista que sostuvo a sus hijos a punta de costuras, la tía Matilde, una octogenaria de dulce mirada, María José con sus 20 años llenos de sueños, y Violeta, la bebé de rizos rubios que trajo al hogar esperanza y amor. Me quedo un rato con ellas, siento el poder femenino, su potencia. Me gusta esa sala llena de fotos, con el televisor encendido, el calor de la tarde que se va y la sonrisa de estas mujeres que sana…que me sana.