Fotos cortesía Verónica Orozco
Verónica Orozco es abogada, aunque no ejerce el derecho. Nació en Medellin, pero actualmente vive en Miami donde asistió, el pasado 21 de enero, a la Marcha de las Mujeres, un movimiento que busca defender los derechos de las mujeres y fomentar su participación política.
Hace algunos días Verónica compartió este texto en su blog donde escribe sobre su vida y su cotidianidad, y hoy nos comparte su experiencia como columnista invitada.
Por: Verónica Orozco
Columnista Invitada
El domingo pasado asistí por primera vez a una marcha de mujeres. Era una marcha feminista con un fin político evidente: resaltar la importancia de votar, de protestar en las urnas y lograr cambios desde el gobierno. Era el aniversario de la marcha de las mujeres del 2017, la cual ha sido hasta hoy, la más grande que se ha hecho en Estados Unidos.
Al ser la primera vez, no tenía idea de qué podría encontrarme pero el descubrimiento que hice fue maravilloso. En primer lugar, me encantó ver una aglomeración de tantas personas movidas por un fin que siento tan personal e importante. Ver a todas esas mujeres y hombres, con sus camisetas y carteles llenos de frases e imágenes poderosas y tan convencidos de todo esto, no solo me dio esperanza en el futuro sino que me ayudó a confirmar mi posición y la importancia de no ser pasiva y hacer sentir mi voz. Me demostró que cada vez somos más quienes estamos unidos, luchando por un fin tan hermoso como lo es la igualdad entre todos los seres humanos.
Todos los presentes estábamos movidos por la defensa de la igualdad pero no sólo entre géneros. También la equidad entre razas, nacionalidades, inclinaciones sexuales, religiones y todo aquello que nos divide innecesariamente. Vi hombres y mujeres blancos portando carteles en contra de la supremacía blanca. Vi ciudadanos norteamericanos defendiendo el derecho de los inmigrantes a vivir y trabajar en su país. Vi hombres usando camisetas estampadas con mensajes reforzando la idea de acabar con el patriarcado.
Vi muchas, muchas mujeres. Señoras en sus setentas y niñas de tres años. Mujeres embarazadas, mujeres gay. Mujeres ciudadanas y mujeres inmigrantes. De todos los colores, de todos los lugares. Una mezcla perfecta del mundo. Unidas todas en una sola voz. TIME’S UP.
Fotos cortesía Verónica Orozco
Yo que crecí tan machista y viví toda mi vida convencida de que las mujeres éramos rivales por naturaleza, me sentí feliz de poder estar allí y presenciar tanta admiración y orgullo entre unas y otras. Sostener miradas de complicidad entre desconocidas, gracias a los mensajes poderosos que portaban, me llegó al alma.
Llevé mi propio cartel. Pensé en muchas frases para poner allí, inspirada en fotos de marchas pasadas que me habían movido el corazón. Luego de ver muchas, decidí que mi frase sería “A woman’s place is in the resistance”. Me parecía perfecto y sentía que resumía mi sentimiento en esa mañana. Pero antes de empezar, quise mirar una vez más fotos inspiradoras y encontré una que decía “I AM EVERY WOMAN”. Cuando lo leí, se me hizo un nudo en la garganta y se me encharcaron los ojos.
Cuando el feminismo me tocó por primera vez, comprendí que todas las mujeres éramos una sola. Que todas somos todas. Mi cartel despertó mucha conversación alrededor suyo. Le tomaron fotos, lo pidieron prestado y le movió el corazón a más de una. Podía ver cómo sus caras al leerlo, cambiaban. Cómo sonreían asintiendo con sus cabezas. Ellas también lo entienden.
Vernos a las mujeres como un colectivo es nuevo para mí. Sentirlas como iguales, como hermanas, lejos de esa idea del odio natural y rivalidad “genética” entre nosotras, me ha dado una paz que jamás pensé que podría sentir. Regalar halagos sinceros, sentirme feliz por los logros de otras mujeres sin sentirme amenazada, disfrutar la diferencia de cada mujer, respetándola por encima de mis convicciones y gustos, es liberador.
Y entender finalmente que la lucha no es por mí sino por todas, cambia completamente la perspectiva y modifica la escala de prioridades. Porque mientras haya una mujer oprimida, abusada, disminuida e irrespetada por el solo hecho de ser mujer, la lucha tiene que seguir. Pero no es necesario ir a marchas ni protestar frente al Congreso. Comenzar a cambiar uno mismo y su propio entorno es la lucha más poderosa de todas, porque no es necesaria una fecha especial y se hace todos los días. Señalar los comportamientos tóxicos y no quedarse callado frente a situaciones de injusticia es actuar. Despertar, entender el entorno y decidir qué hacer, es dónde comienza el verdadero impacto.
La marcha me mostró mi gente, esos que luchan conmigo. Supongo que como con todo lo bueno, ya no podré parar de asistir a ninguna. Y la verdad, eso espero. Tengo muchas ideas para carteles que quiero llevar a ellas.