Por Angie Palacio Sánchez
Chicas cerdas machistas: la lucha feminista como idealismo del siglo XXI es un libro publicado por la periodista estadounidense Ariel Levy, escritora de The New Yorker, producto de diez años de investigaciones sobre la manera en que vivimos la sexualidad hoy.
Aunque sus investigaciones se desarrollan en Estados Unidos, la conclusión aplica para gran parte de la sociedad occidental: ¡Queridas, compramos la idea equivocada de revolución sexual! La cantidad de piel que mostramos y las expresiones hipersexualizadas obedecen a una nueva forma de esclavitud, más sutil y autoimpuesta, pues ya no son los hombres quienes reducen a objetos sexuales a las mujeres, somos nosotras mismas las que lo hacemos por voluntad propia porque ser ser admirada y aprobada depende de lo atractivas que podamos ser.
Ariel cuenta cómo las mujeres, especialmente las jóvenes y las estrellas pop, quienes presumen su empoderamiento, están muy lejos de las luchas de las primeras feministas. Y está bien esa distancia. Tienen que estar lejos porque ya tienen unos derechos adquiridos y nuevas luchas por dar, no se enfrentan al machismo ramplón, sino a uno más refinado (excepto por especímenes como Trump); sin embargo, la crítica de la autora apunta a la distancia que hay entre lo que se llamó liberación sexual entonces y cómo se vive hoy en nuestra cultura procaz: el valor supremo para las mujeres es ser sexies. Eso es todo lo que pueden ostentar. Casi la puedo imaginar sonrojada mientras escribía sobre la vergüenza que sentirían las mujeres que quemaron sostenes de ver a dónde llevamos sus ideas.
“Nos ofrecieron la idea, y la aceptamos, de que repetir constantemente los estereotipos más simplistas de la sexualidad femenina por intermedio de nuestra cultura, demuestra, de alguna manera, que estamos liberadas en lo sexual y empoderadas en lo personal (…) el poder sexual es solo un tipo de poder muy específico. Y lo que es más, parecer una stripper, una mesera de Hooters o una conejita Playboy es solo un tipo, muy específico, de expresión sexual. ¿Es el que nos excita más a nosotras o a los hombres? Tendríamos que dejar de hacer la interminable representación de este guión procaz para saberlo”.
La tesis de Ariel es que confundimos autonomía con pornificación y liberación sexual con esclavitud sexual: las mujeres son cada vez más objetos del deseo de los hombres, mientras que los hombres son cada vez más sujetos: ellas satisfacen las necesidades de ellos.
La escritora pone el reflector sobre un tema de discusión que sigue abierto en el feminismo: la creciente sexualización o pornificación de la vida y su relación con el feminismo del siglo XXI. Para muchos sectores y movimientos de mujeres esta creciente sexualización es una expresión de libertad; para otras, la cosificación descarada y consentida del cuerpo de las mujeres.
“Hemos determinado que una mujer empoderada debe ser abierta y públicamente sexual y el único signo de sexualidad que parecemos tener la capacidad de reconocer es una alusión directa a ese entretenimiento que se relaciona con el color rojo de los burdeles, hemos amarrado toda nuestra cultura a la energía y la estética sórdida de un club topless o de una producción fotográfica para Penthouse”.
Pero el tubo de striptease o la industria porno, en general, no son el problema para la periodista, el problema es cómo estas prácticas desconocen la sexualidad femenina y son falsamente liberadoras porque son meros simulacros de placer, es una puesta en escena para quienes observan. Una especie de síndrome de espectadorización que nos convierte en el estereotipo hipersexualizado tradicional: nos concentramos en lo que parece sexy y no necesariamente en el placer sexual.
“Esa cultura no es, en esencia, progresiva sino comercial. Ir a clubes nocturnos, desnudarse durante las vacaciones de primavera y ver atletas olímpicas en Playboy, no significa que aceptemos algo liberal. Esto no es el amor libre. La cultura procaz no se trata de sobre abrir nuestras mentes a las posibilidades y misterios de la sexualidad, sino de repetir, de manera infinita y sobre todo comercial, una versión reducida de lo que es atractivo sexualmente”.
¿Por qué no podemos ser sexies, juguetonas y estar en control, sin ser comercializadas?, se pregunta la periodista.
El texto, que se publicó hace más de 10 años en Estados Unidos y llegó a Colombia por Rey Naranjo en 2014, propone al final una guía de lectura grupal que permite ejercicios pedagógicos o discusiones sobre qué es la cultura procaz, cómo la vemos y vivimos en las diferentes instituciones, cómo la percibimos en las personas cercanas y en nosotras mismas, cómo la poderosa industria del sexo se beneficia a costa de nosotras, cuáles son los valores que promueve esta cultura y cómo puede afectar el desarrollo de las mujeres.