Oscar Quintero Ramírez, doctor en Sociología y profesor de la Universidad Nacional de Colombia, expone los riesgos que implica para la sociedad y para los hombres mismos, la masculinidad tradicional y a su vez reconoce las iniciativas que han emprendido algunos hombres para transformarla.
Columnista invitado: Oscar Quintero Ramírez.
Vivimos en una sociedad que define la posición esperada de las mujeres y de los hombres en el mundo, en donde hay patrones de relacionamiento que nos han sido inculcados desde la infancia, en la familia, en la escuela, a través de los medios de comunicación, en las universidades, en la religión, a través del idioma, en fin… todos los asuntos de la vida están atravesados por lo que se conoce como las relaciones de género.
Estas relaciones de género se fundamentan en la idea de que hombres y mujeres son diferentes por naturaleza, pero que estas diferencias significan además una posición de dominación y de privilegio para los primeros y una de sumisión y subordinación para las segundas. Esto se complementa con construcciones históricas, y culturalmente situadas, de lo que se espera sea un hombre y una mujer. Es a lo que se le conoce más comúnmente como la «masculinidad» y la «feminidad». Así pues, en nuestro contexto más cercano se espera que un «buen hombre» es aquel que «cumple con sus responsabilidades» como padre o como hijo, por lo general esas responsabilidades están más asociadas con el ejercicio de una actividad económica por medio de la cual se provea al hogar de recursos económicos o materiales para su supervivencia.
La masculinidad hegemónica espera entonces de los hombres que sean «buenos proveedores», y este es un rol que ha tenido más o menos aceptación de acuerdo con distintas configuraciones regionales en nuestro país. En un lenguaje más coloquial, significa que el hombre es el «jefe de la casa», incluso cuando no cumpla con lo establecido por la masculinidad imperante. Aunque sea la mujer quien asume la tarea de proveer, él sigue teniendo el estatus de «jefe del hogar» .
Porque ser el jefe de la casa da ciertos privilegios, como por ejemplo no preocuparse por cosas engorrosas como el aseo de la casa, el cuidado y alimentación de los hijos y, sobre todo, de eso tan mundano que puede ser dar cariño a los demás. Poder sentarse a tomar cerveza y ver el partido de fútbol «sin ser molestado», mientras la señora, muy juiciosa ella, lava la loza, la ropa y ayudar con las tareas de sus hijos. Bajo esta idea hegemónica de la masculinidad las emociones y todo lo que suene a «sentimentalismo» es asunto de los débiles, de las mujeres y de los niños, no es una cosa de «hombres».
Podrán decir en este punto algunas personas que eso ha cambiado y que las cosas ya no son como solían ser. Sí eso es así, ¡enhorabuena!, pero la verdad es que esta afirmación es en parte cierta y en parte incorrecta. Es cierto que muchos hombres hemos empezado a cuestionarnos eso de la masculinidad como una forma normativa de ser personas en el mundo. Muchas de las veces, estos cuestionamientos obedecen a historias personales en donde esa masculinidad nos ha hecho daño a nosotros mismos, y a las personas más queridas… Porque uno de los mitos que hay que desbaratar es que «si no duele, no es amor». Y ese mito se reproduce una y otra vez en canciones populares, en telenovelas, en realities de televisión y en películas románticas; hasta en redes sociales vemos cómo se reproducen esas relaciones de género.
Las cosas no necesariamente han cambiado como creemos. A nivel mundial, los hombres presentamos las tasas más altas de accidentalidad vial. ¿Pero porqué sucede esto si luego no se supone que los hombres somos «mejores choferes» que las mujeres? Según la Organización Mundial de la Salud, unas tres cuartas partes (73%) de todas las defunciones por accidentes de tránsito afectan a hombres menores de 25 años, que tienen tres veces más probabilidades de morir en un accidente de tránsito que las mujeres jóvenes. El exceso de velocidad, el consumo de alcohol y drogas y la no utilización de cascos, cinturones de seguridad y sistemas de sujeción para niños son los factores de riesgo más importantes. Detrás de esas cifras está la masculinidad hegemónica: el ser un «berraco» por correr más y llegar primero, el «no dejarse» de los demás, en fin… ser todo un machito en las carreteras.
Los ejemplos de cómo la masculinidad hegemónica afecta nuestra vida cotidiana pueden ser innumerables. Es por ello que es urgente que cada vez sean muchos más los hombres que empecemos a cuestionar esas normas y modelos, esas obligaciones y esos pesos muertos que nos impiden ser no sólo «mejores hombres», sino seres humanos verdaderamente libres y plenos. Los caminos para llevar a cabo esto pueden ser diversos y complementarios, ya sea desde el trabajo académico sobre las masculinidades (para entenderlas y descifrarlas), por medio de la intervención con hombres a nivel institucional, desde organizaciones no gubernamentales o simplemente con el combo de amigos que se sientan a reflexionar y a hacer cambios en sus vidas cotidianas.
En todo caso, el propósito es simple y complejo a la vez: buscar nuevas formas de habitar el mundo, de ser otro tipo de hombres sin que el ser hombre signifique la reproducción sistemática de relaciones jerárquicas; el poder encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra corporeidad, con nuestra emotividad, con toda una diversidad de sensibilidades que ayuden a conciliarnos con nuestro femenino interno y con lo femenino afuera. Esto significa entonces entablar otro tipo de relaciones con los demás, con la otredad en un sentido amplio. Casi pudiéramos ver la realidad multicolor y no a blanco y negro, que serían lo masculino/femenino tradicional y patriarcal, para que finalmente podamos romper con esa premisa sociológica clásica según la cual «el dominante es dominado por su propia dominación» y nos hagamos agentes sociales activos y comprometidos por la lucha contra las desigualdades y las discriminaciones de género, por mejores condiciones de vida para todas las mujeres.
Oscar Alejandro Quintero Ramírez es sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, obtuvo una maestría en Geografía social y un doctorado en Sociología en la Universidad Rennes 2, Francia. Es investigador del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género (GIEG) y sus proyectos han girado en torno a las problemáticas de desigualdades sociales, especialmente en la educación y en la juventud, con perspectiva de género y enfoque interseccional (grupos étnicos y clase social). Sus últimos trabajos han tratado el asunto de las desigualdades de género y diversidad sexual en la educación superior, violencias sexistas en las universidades y los procesos de intervención institucional para superar las violencias y las discriminaciones.