Sonia Valle Graciano
Columnista invitada
Feminista. Trabajadora Social. Especialista en Cultura Política y Pedagogía de los DDHH. Asesora con experiencia en formación ciudadana, fortalecimiento a organizaciones sociales, enfoque de género y formulación y seguimiento a proyectos sociales.
Estreno mi mejor cuaderno, el reservado para letras especiales, para escribirle a las mujeres populares… y pienso en un buen título para esta nota: Las mujeres populares tienen alas… Confiar en las mujeres populares… Soy una mujer popular, soy porque todas somos; y decido hablar de las tres metáforas.
Las mujeres populares tienen alas… Aprendí del feminismo de la mano de las mujeres comunes, vecinas de barrios populares, madres comunitarias, mujeres negras, campesinas, adultas y adultas mayores que me acogieron en organizaciones creadas para escuchar historias comunes, en espacios para aprender sobre los derechos de las mujeres y para construir propuestas de paz y de democracia.
Aprendí del feminismo con mujeres que ingresaron a la Universidad después de haber criado a sus hijos, mujeres con doble y triple jornada que se resistieron a tener una vida simple, a pasar inadvertidas.
Aprendí del feminismo con mujeres violentadas y excluidas de múltiples formas que nunca perdieron su sonrisa, que tienen manos suaves y palabras ciertas, mujeres que reconociendo su condición de mujeres populares decidieron alzar el vuelo con rumbos propios, no prestados y mucho menos impuestos, porque cuando las mujeres tienen alas, no paran de soñar, no paran de sanar, no paran de crecer.
Confiar en las mujeres populares… Destaco entonces la construcción social y política del feminismo popular, que describen muy bien las feministas Claudia Korol (Argentina) y Gloria Cristina Castro (Colombia): “nuestros feminismos populares miran la realidad, y la van transformando desde abajo, lo que nos permite nombrarnos en un nosotras en el que nos reconocemos porque fue creado en muchos encuentros, tertulias, marchas, diálogos, llantos, celebraciones, fiestas, abrazos…”
Y creo que a nuestra sociedad le hace falta reconocer el trabajo de las mujeres populares, resaltar la impronta que aquellas mujeres anónimas, ciudadanas de a pie, llamadas Marta, Fabiola, Luz Elena, Demetria, Patricia, Beatriz, Lucia, Gloria o Luzmila le ponen a sus acciones cotidianas.
A nuestras instituciones les hace falta confiar en la calidad de los aportes que le hacen las mujeres a los procesos comunitarios y dar valor a sus luchas por mantener y mejorar las economías del hogar, las economías locales y en últimas, la economía del país y el mundo.
Y a pesar de que al interior del movimiento social de mujeres se ha logrado multiplicar su defensa por la vida, por el agua y por la diversidad, hace falta masificar, generalizar y viralizar la palabra y acción de las mujeres populares alrededor de los derechos económicos, sociales y culturales.
Soy una mujer popular, soy porque todas somos… y es que no hay mejor ejemplo de solidaridad que el ponen las mujeres populares, las que se visten de negro para rechazar el horror de la guerra, las que tejen colchas de la memoria y hacen muñecas de hilo para acompañar a las mujeres de las regiones más afectadas por la violencia, las que se unen en marchas y plantones en contra del feminicidio, las que se pintan la cara y el cuerpo y se atreven a hacer teatro y a cantar para deconstruir los efectos del machismo y volverlo palabra sanadora y acción propositiva y transformadora.
Las que gritan en una sola voz: “¡Las mujeres no parimos, ni forjamos hijos e hijas para la guerra!”, “¡Ni una menos!”, “¡Vivas nos queremos!”. Las que sienten como suyo el dolor de una mujer, una niña violentada, y en medio de adversos ambientes machistas son capaces de decir lo que otros callan.
Con las mujeres populares yo aprendí que la historia de una nos reconcilia a todas y que no hay nada más sanador y feliz que un buen círculo de mujeres que comparten la palabra, la risa, el llanto, la expectativa y el sueño para sentirse tranquilas, para emprender caminos al interior de sí mismas y para desatar nudos que no nos dejan caminar. Con las mujeres populares aprendí que es un mito eso de que en los escenarios cotidianos las mujeres compiten entre ellas y que muy al contrario de los postulados del machismo, las mujeres juntas nos sentimos más felices.
Se me quedan testimonios, ejemplos e historias por fuera de este escrito, pero creo que cumple con el propósito inicial: reconocer y admirar públicamente a las mujeres populares y sus construcciones feministas. Estoy segura de que al repasar esta lectura, cada quien tendrá en su mente y en su corazón a una de esas mujeres protagonistas silenciosas, que desde su rol humilde y poderoso de mujer popular ha representado cambio, fortaleza, alegría para su vecindad, para su organización, para el sector, para la sociedad… A todas ellas: ¡Gracias!… por invitarnos a volar, a confiar, a mirarnos y a re-conocernos entre nosotras para ayudarnos a ser felices y auténticas.