Cultura

«Mi propia arquitectura feminista», abordando la contradicción

Por 26 noviembre, 2017 octubre 20th, 2019 Sin comentarios

Por Lina María Betancur Blandón
Columnista invitada

Comunicadora social  Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Trabaja en UOAFROC como profesional etnopedagógica y comunicativa del proyecto «Mejoramiento de la calidad educativa con enfoque etnoeducativo e intercultural» en instituciones educativas del Norte del Cauca. Estudiante de la especialización en Epistemologías del Sur. CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), modalidad virtual y socia de la Corporación Región.

«Era ella. La vi un día parecía la misma y yo… y yo no la conocía.
Venía de los años desnudándose los pasos. Su vientre inflado como mundo, era un ¡tan! ¡tan! de Libertad ausente y un entonar su iracunda rebeldía. Venía del tiempo y en sus ojos se habían instalado el sol, la luna, el cielo en un infinito desear vivir su vida. Entonces, la vi correr las calles con la rabia albergada en sus entrañas rompiendo Silencio-Ataduras, Institución-Hogar».

Mujer Batalla, Yvonne América Truque.

En estos últimos meses he escuchado a varias mujeres. Me gusta pensar que las escucho, cuando en realidad las estoy leyendo. Mujeres negras, indígenas, mestizas, blancas, asiáticas, latinoamericanas, norteamericanas y africanas que han pensado y han vivido lo que significa la lucha feminista y proponen reflexiones que nos invitan a crear nuevas formas de seguir construyéndola.

Me interesa abordar la implicación de escuchar a estas mujeres del Sur, ese Sur metafórico que plantea Boaventura de Sousa, el del sufrimiento y la exclusión sistemática producida por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Mi ser mujer necesita escucharlas a ellas y los cuestionamientos que generan, las alertas sobre los riesgos que tiene la lucha si no comprendemos las historias, las identidades culturales y los territorios de otras mujeres del mundo; es decir, el peligro de quedarnos en la «primera clase del feminismo», cualquiera que esta sea.

Empecé a reconocer que eso que entendía por feminismo, lo cual ha sido tan determinante para mi vida, estaba cojo. Ese desequilibrio lo plantea Mohanty, teórica feminista postcolonial nacida en India, de la siguiente manera: «cuando la feministas esencialmente le niegan a otras mujeres la humanidad que reivindican para sí mismas, desechan cualquier límite ético».

Estas consideraciones no tienen como fin deslegitimar las reivindicaciones de las feministas occidentales, sino hacer un alto en el camino y reconocer que la lucha feminista se robustecería si comprendemos a las mujeres de manera situada, es decir, sin abstraernos de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales de los territorios que habitamos. De lo contrario, podemos caer en lo que plantea Mohanty: «actuar como oprimidas y como opresoras», una gran contradicción.

Esta paradoja permite, por ejemplo, que las mujeres blancas no se pregunten por lo que implica para una mujer negra o indígena su triple opresión: por su sexo, su raza y su clase, lo que puede devenir, como lo plantea Kimberlé Crenshaw, una de las principales exponentes del concepto de interseccionalidad, en que «las estrategias de resistencia que adopta el feminismo puedan reproducir y reforzar las subordinación de la gente de color».

En esencia necesitamos una confrontación ética porque no podemos negar a unas lo que reivindicamos para otras, debemos construir una lucha que tenga en la base unos principios que confronten el sistema patriarcal, colonial y capitalista.

«Mi propia infraestructura feminista»

Me sentí muy movida e incómoda, como suele suceder cuando la vida te sacude, y fue ahí cuando comprendí que tenía que avanzar y superar mi primera clase de feminismo, es decir, reconocer la existencia de otras luchas de las mujeres.

Para ese momento apareció Gloria Anzaldúa, feminista chicana, con un poema que además de admirarlo por su fuerza y belleza me compartió la contundente frase que está escrita con letras azules en mi cuaderno de notas: «mi propia arquitectura feminista», la cual creo indispensable en este proceso de lucha.

Construir la propia arquitectura feminista significa sentir a la mujer que se es, al territorio que se vive y las relaciones que allí se establecen. Pensar el amor, la libertad, el trabajo y la familia con independencia. Detenerse, desaprender, permitir la confrontación y tener la fuerza para emprender la lucha.

Delinear esa construcción implica pensar en las otras mujeres para que la sororidad siga tejiéndose, para evitar la ceguera que deviene en desempoderamiento. Hacernos cargo de nuestras experiencias de vida, de nuestros cuerpos, de nuestros intereses y necesidades.

Necesitamos que nuestras estrategias de resistencia se hagan fuertes para entender las trampas del sistema colonial, patriarcal y capitalista. Superar la ignorancia entre nosotras nos me permitirá reconocer otras formas de pensar, hacer y luchar. En esta arquitectura se requieren unas bases fuertes que le apuesten desde el discurso y las acciones a visibilizar las resistencias que han construido las mujeres del mundo. Uno de nuestros grandes desafíos está en el «entre nosotras».

El poema

La expresión que da título a este texto se encuentra en un poema de Gloria Anzaldúa:

«Así que no me deis vuestros dogmas y vuestras leyes. No me deis vuestros banales dioses. Lo que quiero es contar con las tres culturas  la blanca, la mexicana y la india.

Quiero la libertad de poder tallar y cincelar mi propio rostro,  cortar la hemorragia con cenizas, moldear mis propios dioses desde mis entrañas. Y si ir a casa me es denegado, entonces tendré que levantarme y reclamar mi espacio, creando una nueva cultura una cultura mestiza  con mi propia madera, mis propios ladrillos y argamasa y mi propia arquitectura feminista».

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