Cultura

Machismos pixelados

Por 1 octubre, 2017 octubre 20th, 2019 Sin comentarios

 

Cortesía

Perla Toro Castaño
Columnista invitada
perla.toro@gmail.com
Twitter: @PerlaToro

Para conocer más a Perla, te invitamos a leer esta entrevista.

Mucho se habla, y con razones merecidas, de las bondades que en materia de defensa de los derechos de las mujeres ofrece esa tecnología transformadora llamada internet. No obstante, en muy pocos escenarios se mencionan las prácticas machistas que se potencian, día a día y en cada momento, en estos escenarios.

Basta con observar a conciencia el ciberespacio para encontrar, sin prejuicios y sin pretensiones intelectuales, un universo normalizado de comportamientos sexistas que pasan por los comentarios, llegan al acoso y, si nos descuidamos, pueden trascender, con las pistas necesarias, a mucho más.

El año pasado, por ejemplo, mientras me daba a la tarea de actualizar mi perfil de LinkedIn con un cargo nuevo al cual había sido transferida en la compañía para la cual trabajo, terminé siendo víctima de acoso sexual por internet.

Aprovechando que había ingresado a la plataforma comencé a leer los mensajes privados que habían llegado a mi buzón personal en esta red que se presume conecta personas según sus intereses profesionales. Entre ellos encontré tres que buscaban: concretar una cita romántica en un apartamento en la Loma de los Bernal, “apreciar mi belleza” y por último, invitarme a una cerveza. Convencida de que esto no es un comportamiento natural, mucho menos cuando hablamos de desconocidos, les respondí aclarando que mis intereses en la plataforma eran netamente profesionales.

Lo que se vino después fueron mensajes de insistencia en los que ya se proponían directamente actos sexuales, incluso, a cambio de dinero. “Como si estuvieras haciendo una consultoría”, decían. Decidí publicar algunos de los mensajes en mis redes sociales, denunciando al acosador al cual, por un respeto no contribuido, le tapé el nombre y la cara. El tipo prometió, luego, buscarme argumentando saber dónde encontrarme. Afortunadamente, hasta el día de hoy no sé nada de él.

Pero estos no son los únicos casos. Para no resultar empalagosa con historias personales, les contaré de una conversación robada que escuché mientras hacía una fila para almorzar. En ella dos mujeres hablaban molestas de un grupo de Whatsapp que tienen sus compañeros de trabajo para “evaluar el talento de la empresa”.

—“Imagínate que le pedí a XX el número de teléfono de YY. Me entregó el celular para que lo sacara y no te alcanzas a imaginar lo que pasó luego”.

—“Ay no, ¿qué?”, respondió su compañera.

—“Aparecieron unos mensajes de Whatsapp y sin querer los leí en esas burbujas. Eran con la foto que montó ‘fulanita’ en su Facebook en vestido de baño y la pregunta que hacían era: ¿quién le hace?”.

Asustada me puse a averiguar al interior de otras organizaciones y, al parecer, es bastante común que el público masculino abra grupos de Whatsapp para mandarse fotos de sus compañeras de trabajo. Un monitoreo constante y enfermo.

Por último, para parar la tanda de ejemplos que sería tan infinita como las estrellas mismas, están grupos universitarios como los de “confesiones”, en los cuales, si se observan con lupa, podemos encontrar diferentes clases de machismos que van desde el psicológico hasta el simbólico. En una ocasión tuve la oportunidad de conversar con una chica que fue objeto de rumor de toda su facultad luego de que uno de sus compañeros montara una de sus fotos y propusiera una “actividad interactiva” que llamó: “Está para darle como a:_________________”. La historia puede conocerse en este enlace.

Comentarios, fotografías sexuales, chistes en nombre del humor y la libertad de expresión  y páginas misóginas también podrían entrar dentro del largo y no honroso prontuario.

Lo más grave de todo esto es que hemos normalizado estas prácticas hasta hacerlas casi intocables, silenciosas; dejando, como una costumbre más, algunos males no tan nombrados pero sí recurrentes y peligrosos como el sexting (violencia sexual en internet), el acecho (persecución), el grooming (chantajes sexuales de adultos a niños en el ciberespacio), la violación a la intimidad y el ciberacoso.

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¿Soluciones? Por el desprecio histórico que hemos tenido de internet como “una plataforma de segunda categoría”, han sido pocas. Así como los intereses gubernamentales por abordar la violencia en estos medios han sido casi invisibles. Apenas ahora las instituciones oficiales están comenzando a despertar curiosidad por el discurso del odio en internet donde, de repente, podría caer el tema de la violencia contra la mujer; no obstante, necesita ser nombrado, estudiado, visibilizado y, claro está, combatido.

Algunas organizaciones no gubernamentales como la Fundación Karisma se han preocupado por el tema en Colombia a través de iniciativas como #AlertaMachitroll, la cual combate y denuncia desde el humor la violencia machista en internet (Ver: Campaña Alerta Marchitroll).

También hemos comenzado a ver el ciberactivismo feminista crecer en estas plataformas; no obstante, no existe un interés general por iniciar un proceso reflexivo en el cual superemos esos ‘machismos pixelados’ que en el nombre de los avances tecnológicos estamos apagando e ignorando.

Si apareciera un académico o un grupo de investigación interesado en untarse un poco de internet y sacar a pasear sus tesis e investigaciones por fuera de los pasillos oscuros de la biblioteca, le haría un gran favor a un mundo que se informa, en un 70 por ciento de las ocasiones, en ese escenario llamado internet.

La discusión queda abierta, también podemos comenzarlas nosotras.

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