ESPECIAL AURA LOPEZ

‘Los años escondidos’, Reseña

Por 9 mayo, 2017 octubre 20th, 2019 Sin comentarios


Por: MYRIAM BAUTISTA

Especial para EL TIEMPO (Enero de 2016)

Es y ha sido toda su vida militante de los derechos humanos. No podía ser diferente. El ser hija de Tomás Uribe Márquez, el fundador del Partido Socialista Revolucionario en Colombia, y de Enriqueta Jiménez Gaitán, una de las primeras mujeres en quitarse el delantal y salir de su cocina para asistir a marchas, mítines y acompañar a las obreras en sus huelgas, la signó desde la cuna.

Es María Tila Uribe Jiménez. Tiene ochenta y cuatro años. Su mirada es brillante y traviesa. La sonrisa la acompaña todas las horas. En la actualidad, mucho más. Sostiene con vehemencia: “Nunca pensé que podría vivir en paz. Años, décadas, medio siglo en guerra, y ahora que estamos tan cerca de la convivencia pacífica no puedo sino ser feliz”.

Su libro Los años escondidos, para el que comenzó a investigar en 1977 y que terminó en 1995, fue reeditado por cuarta vez y vuelto a presentar hace unos días, sorprendiendo de nuevo por la aguda mirada sobre una época y unos hechos que, como bien lo indica el título, casi que han permanecidos desconocidos.

Tila Uribe no limita su recuento al nacimiento del movimiento obrero ni a la irrupción de un partido político, por fuera del bipartidismo, sino que, con una incisiva mirada de género, aprendida de la vida, no de la universidad, logra sacar de la penumbra en que han permanecido por años a esas mujeres que lucharon con osadía, difícil de comprender en estos tiempos, por sus derechos y por los de la naciente clase obrera.

¿De dónde nace el libro?

“En mi juventud quedó a mi cuidado un baúl famoso entre los socialistas, en el que se guardó la historia de esa época: había cartas de algunos de los compañeros que hicieron parte del contingente que se fue a luchar a Nicaragua con Sandino en 1927; el famoso Libro azul, con los relatos sanguinarios de Juan Vicente Gómez en Venezuela; mensajes de Tomás Uribe Márquez al dirigente Raúl Mahecha y a los trabajadores de la zona bananera; brazaletes de los obreros; pedazos de periódicos y hojas impresas que denunciaban la pena de muerte, torturas, destierros y todo lo acostumbrado en la hegemonía conservadora. Más tarde busqué las pocas fuentes que se podían conseguir y acudí a los testimonios de veteranos sobrevivientes de la época y de sus familias, para completar mi relato sobre esos sueños y esa rebeldía de los años veinte. No tuve financiación; por eso me tocó ponerle punto final, a pesar de que tenía historias para rato”.

La primera de ellas es un relato de amor que se resume así: su madre, Enriqueta Jiménez, se casó muy joven y tuvo siete hijos seguidos, como era común en esa época. Se separó de su esposo, lo que era inusitado en esos años, en los que los matrimonios solo se disolvían con la muerte, y se emparejó con el dirigente Tomás Uribe.

No parecía fácil que Enriqueta y Tomás se juntaran, porque procedían de orígenes muy distintos. Por eso, Tila Uribe se detiene a narrar el encuentro de su madre con los primeros brotes revolucionarios en Bogotá, así:

“Una joven señora iba en dirección al almacén Egipto a recibir la ayuda que Vela Solórzano le daba esporádicamente. Se llamaba Enriqueta Jiménez Gaitán, tenía varios hijos, esperaba otro y enfrentaba una dura existencia, pues la persona con quien se había casado, a pesar de ser maestro inteligente y respetuoso, era falto de ánimo, por lo que fue dejando poco a poco en hombros de ella todos las cargas del hogar. La señora bajaba de los cerros orientales, donde vivía, por la calle del Camarín del Carmen, y poco antes de llegar a la plaza de Bolívar oyó un murmullo de voces y de gritos que se fue agigantando. Luego un silencio donde se destacó la voz enérgica de un hombre arengando.

“Al desembocar en la plaza divisó una multitud y le llamó la atención un grupo de mujeres, por lo que a cierta distancia se paró a observarlas. Decía ella que las vio vestidas pobremente con sayas y mantillas, pañolones o sacos flojos; unas cuantas calzaban zapatos de pulsera; otras, chinelas, y otras más, alpargatas. No eran pocas las que alzaban niños tiernitos en sus brazos y algunos, los mayores, tenían cachuchitas torcidas sobre sus cabezas.

“A los hombres también los observó: algunos llevaban ruana, o vestidos con sacos de solapas angostas y chalecos debajo; en la cabeza, cachucha o sombreros embozados. El conjunto parecía un cuadro de figuras oscurecidas, pero cobraba vida cuando la gente estiraba los brazos en señal de acuerdo con el orador y lanzaba ¡vivas!”.

El tono, la precisión de los detalles, la ubicación geográfica y la atmósfera que se respiraba son algunas de las características de esta historia del nacimiento del Partido Socialista Revolucionario, pero, sobre todo, de la salida de las mujeres a una militancia por mejores condiciones de vida para ellas y sus vecinos. Muchas de esas mujeres eran obreras, el país comenzaba a industrializarse, vivían en condiciones laborales miserables, y por eso se unieron a los grupos de hombres que exigían jornada laboral de ocho horas, condiciones mínimas de seguridad social, de salubridad y un salario digno.

Enriqueta, su madre, cuenta Tila en el libro, se acercó a las mujeres en la plaza de Bolívar y las indagó. Ellas hicieron lo propio. Se cruzaron direcciones. Le entregaron periódicos y chapolas, y Enriqueta quedó comprometida a enseñarles a escribir y a leer (la mayoría era analfabeta) y, entre tanto, ayudarles a redactar comunicados, pasarlos a máquina y entregarlos en las próximas reuniones.

En una de esas reuniones, un par de años después, oyó y vio a Tomás Uribe Márquez y quedó enamorada de su porte, de sus ojos claros, de su oratoria, de sus buenas maneras, de la bondad que irradiaba. No lo pudo borrar de su mente. Cuando se conocieron personalmente, a Tomás le pasó algo igual. Tan pronto le extendió la mano y sus miradas se cruzaron, se enamoró perdidamente, tanto como ella estaba de él, sin conocerlo. Él era un solitario.

Comenzaron una relación que poco a poco se afianzó y, aunque no pudieron casarse, se fueron a vivir juntos. Ella, con sus siete hijos. Él, con sus libros y una cantidad de compromisos, porque estaba creando el primer Partido Socialista. Por eso las casas donde vivieron, recuerda Tila, fueron todas grandes casonas, llenas de cuartos para los hijos de Enriqueta, para los compañeros que llegaban de otros sitios del país, y con amplios salones para las reuniones que celebraban día de por medio. De la unión de Tomás Uribe Márquez y Enriqueta Jiménez Gómez nacieron María Tila y Tomás. La pareja Uribe-Jiménez se hizo famosa por el cariño que se prodigaban y por el romanticismo del que hicieron gala.

Compromiso y lucha

Enriqueta, con sus nueve hijos, no dio marcha atrás en ese camino, que comenzó, en la plaza de Bolívar, como luchadora popular. Su sensibilidad social y compromiso la hicieron muy cercana a María Cano, prima de Tomás Uribe, la ‘Flor del trabajo’ de Antioquia y de Colombia, dirigente de masas; así como de Elvira Medina y ese puñado de mujeres que, contra todo y todos, fueron las primeras inconformes del país.

Tila Uribe transcribe en el texto lo que su madre repetía sobre la vida de las que, como ella, no permanecieron ni silenciosas ni en la cocina: “Partíamos de un difuso sentimiento de inconformidad, de ira frente a las injusticias que sentíamos en carne propia… Llegamos a considerar inútiles las costumbres arraigadas por la enseñanza religiosa… Y una vez militantes, no nos quedamos bordando banderas…”.

En Los años escondidos el recuerdo de todas esas mujeres, de manera particular el trabajo de María Cano, se resalta y se rescata de una historia que ha sido muy medida con ese esfuerzo descomunal que hicieron algunas mujeres en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

Porque habría que devolverse un siglo y ponerse en el sitio de esas amas de casa, con hijos, con esposos, no siempre como ellas; militantes socialistas, muchas trabajando diez y doce horas, con un entorno social, familiar, religioso en su contra, y verlas en manifestaciones, mítines, reuniones sindicales, huelgas. ¿Cómo hicieron? Y aunque la respuesta no la entrega la autora, sí es pródiga en describir sus vidas.

Tila Uribe también es autora de 16 cartillas de alfabetización de mayores, algunas escritas en compañía de su hija Esperanza. Parte de su vida la ha dedicado a trabajar con adultos, en un proceso de doble vía: “Ellos me enseñan de sus vivencias, de sus luchas, de sus anhelos, y yo les comparto todo lo que sé. Una época muy fructífera fue el trabajo que hice con la Asociación de Usuarios Campesinos (Anuc), línea Sincelejo, por allá en los años ochenta. Conocí hombres y mujeres maravillosos”.

No ha parado un día de su vida de trabajar con otros porque, como a su madre, Enriqueta, la llaman para dar conferencias en sindicatos, juntas de acción comunal, asociaciones de mujeres.

Los años escondidos los finaliza la autora con la muerte de su padre: “El 19 de mayo de 1936, Tomás moría rodeado de sus amigos, compañeros y familiares. Tres noches antes había estado departiendo con José Mar, Diego Luis Córdoba y Jorge Uribe Márquez en un inolvidable sitio de Bogotá, el Tout va bien; al salir, un aguacero torrencial los envolvió y a él le sobrevino de manera fulminante la neumonía que lo llevó a la tierra, primera y última pasión de su vida”. La pasión de Los años escondidos la transmite Tila Uribe en estas páginas de indispensable lectura para entender un retazo de nuestra historia.

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