Economía

¡Las mujeres en la casa! Una historia de derechos, búsquedas y conquistas

Por 13 diciembre, 2023 Sin comentarios

Habitantes y propietarias en el proyecto de vivienda Siembra

Por Olga Lucía Duque

 

Madrugar a hacer el desayuno, servirlo, bañar a los niños, despacharlos para la escuela, montar la olla del almuerzo, lavar ropas, trastos, muros, planchar, remendar, barrer, otra vez la olla, otra vez servir, otra vez lavar […] otra vez la cocina y la escoba, y pegar el botón de la camisa para evitar un desastre, y de nuevo la cocina y siempre la cocina.

Aurita López, Al pie del fogón

Los significados que alcanza a albergar una vivienda son tantos como las personas que viven en cada hogar del mundo. La casa, que para algunos es un sueño o una ilusión, para otros una inversión o un negocio, y para todos —al menos en Colombia— un derecho, no es un espacio neutro, pues tiene múltiples significados: un sentido distinto para quien la planea, para quien la construye, para quien la habita, y también, para quien la sueña porque no la tiene. Además, ese significado muta, la casa cambia porque la sociedad cambia. Las casas que se construyeron para nuestros abuelos no son las mismas que se construyen ahora, ni responden a las mismas necesidades.

Sin embargo, antes y ahora, el problema de garantizar el acceso a la vivienda a toda la población está en el centro del debate público. Según las mediciones del DANE, en 2021, de los 16,9 millones de hogares del país, el 31% sufren algún tipo de déficit habitacional.

El déficit cuantitativo mide el número de hogares que no tienen vivienda o que viven en una con deficiencias estructurales no mitigables y que su atención implica adicionar nuevas viviendas al del país. Este déficit fue del 7,5%, lo que significa que faltan cerca de 1.2 millones de nuevas viviendas en el país. Por otro lado, el déficit cualitativo identifica los hogares que habitan viviendas con deficiencias pero que son susceptibles de ser mejoradas para darles condiciones adecuadas de habitabilidad. En 2021 este déficit fue del 23,5%, eso significa que un poco más de 3,9 millones de hogares deben ser intervenidos con algún tipo de mejoramiento.

¿Dónde están las mujeres en todo eso? Pues están en todas partes, como habitantes de las casas y administradoras de los hogares; y, en menor medida, como compradoras, como constructoras o como diseñadoras. Pero a pesar de haber estado siempre relacionadas con la vivienda, entender esa relación y hacerla visible hace parte de un trabajo relativamente reciente. El enfoque de género sólo comenzó a incorporarse al análisis desde hace unos años, cuando por fin se empezaron a hacer mediciones diferenciadas entre hombres y mujeres respecto a la pobreza, el uso del tiempo o el acceso a la vivienda. Todos estos datos han permitido construir contextos más amplios sobre cómo se cruzan el género y la vivienda, ampliando las discusiones sobre la dimensión espacial del cuidado, la equidad de género, la construcción de las ciudades, el urbanismo y la autonomía de las mujeres. Además, ha abierto la puerta para entender los nuevos significados de la casa.

La casa es un trabajo

Empecemos por revisar la relación de las mujeres con la construcción y la arquitectura. Hasta hace algunos años, la arquitectura era un oficio de hombres; las mujeres no podían estudiar esta carrera y sus necesidades tampoco hacían parte de la reflexión arquitectónica. Por ejemplo, aunque han pasado 78 años desde que la primera mujer arquitecta de Colombia, Luz Amorocho, recibiera su título, la arquitectura sigue siendo un campo dominado por hombres. En 2019 el Consejo Profesional Nacional de Arquitectura y sus Profesiones Auxiliares (CPNAA) señaló que, del total de profesionales de la arquitectura en el país, sólo el 33,4% eran mujeres. Cosa similar pasa con otros campos profesionales llamados a atender el déficit habitacional del país, la mujer constructora, ingenieras o diseñadoras de vivienda siguen siendo minoría y su trabajo dentro del campo sigue siendo poco visible.

En el campo del urbanismo, si bien la vivienda se entendía como un elemento constitutivo de la ciudad y el hábitat era uno de los asuntos esenciales a solucionar, lo que pasaba dentro de la casa, y en consecuencia con las mujeres por ser quienes debían permanecer allí realizando las labores domésticas y cotidianas, se consideraban cosas menores y contrarias a la gran arquitectura: monumental, pública y escenario propio de los hombres y del trabajo remunerado y productivo.

Y si bien esta ha sido la norma, hoy en día es innegable que las mujeres que construyen y piensan las ciudades, la influencia del feminismo y la inclusión de la perspectiva de género han tenido un papel invaluable en los campos de la arquitectura y el urbanismo. Han servido para dar valor a esa dimensión de lo cotidiano en la ciudad, para entender que el espacio no es neutro y que la planeación de las ciudades y la construcción de vivienda ha sido funcional a la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres.

La vivienda ha significado para las mujeres un espacio de trabajo. En su texto Al pie del fogón, Aurita López advirtió que la casa es el espacio donde se hace evidente y dramática la condición de mujer, allí “el oficio doméstico es como una rueda que no se detiene”. Las tareas necesarias para la reproducción de la vida se realizan al interior de las casas y la dedicación de tiempo de las mujeres al trabajo doméstico y de cuidado sigue siendo mucho mayor que la de los hombres. Según la última Encuesta Nacional de Uso del Tiempo -ENUT- realizada por el DANE, en 2020-20211 las mujeres dedicaron en promedio 7 horas y 44 minutos al día en actividades de trabajo no remunerado (esto incluye el suministro de alimentos, la limpieza, las compras y administración del hogar, el cuidado a personas, entre otros) mientras que los hombres dedicaron 3 horas y 6 minutos diarios. Además, se ha identificado que las mujeres de menores ingresos son las más afectadas por la doble jornada, la del trabajo remunerado y la de las cargas de trabajo de cuidado en casa. ¿Cómo responde la vivienda actual a esta realidad?

La producción masiva de vivienda genera espacios poco adecuados para habitar y, en consecuencia, para atender el trabajo de cuidado. En Colombia, las Viviendas de Interés Social y de Interés Prioritario – VIS y VIP – constituyen el segmento del mercado inmobiliario destinado a atender a la población con más bajos ingresos y es el que más unidades nuevas produce. Por ejemplo, durante el 2019, seis de cada diez viviendas vendidas en el país fueron tipo VIS, además, según los informes de Camacol, el 79% de estas viviendas tenían un área menor a 70 metros cuadrados. Cada vez es más común que este tipo de viviendas tengan cocinas pequeñas, normalmente sean entregadas en obra gris, con poco espacio para el lavado y secado de la ropa, y que no garantizan el acceso y habitabilidad a personas en condición de discapacidad o con necesidades especiales de cuidado. Todas estas limitaciones espaciales son cargas adicionales al trabajo realizado por las mujeres. Así, la casa también es una carga.

La casa es un barrio y un convite

Muchos de los barrios de las diferentes ciudades de Colombia han sido construidos por sus mismos habitantes, y en muchos casos, a través de procesos liderados por mujeres. Por ejemplo, el libro Bogotá hecha a mano, publicado en 2023, señala que más de la tercera parte de la Bogotá que hoy conocemos fue autoconstruida por sus habitantes, en procesos en los que las mujeres participaron activamente en labores como el cuidado de las construcciones incipientes, la consecución del agua, abanderadas de programas para la niñez, la juventud y la tercera edad, y participando en la consecución de los servicios públicos y sociales y de las mejoras colectivas en general.

Así pues, las mujeres populares no sólo han sido lideresas en los procesos de ocupación y conformación de los barrios informales, sino que con su trabajo permitieron que los vecindarios que fundaron tuvieran servicios o equipamientos. Dentro de las casas han funcionado guarderías, comedores, tiendas, costureros y otros negocios que hacen posible la vida, además, en ellas se ha hecho del trabajo de cuidado un asunto colectivo. Muchas de estas casas hacen parte hoy de las cifras de déficit cualitativo de vivienda del país, casas hechas con recursos limitados y mucho trabajo comunitario, que hoy en día requieren mejoras.

Como homenaje a esa forma de construir y habitar los barrios, una cooperativa de arquitectura creada en Medellín lleva el nombre de Coonvite. El primer propósito de este colectivo es democratizar el oficio del quehacer arquitectónico, diseñando espacios de calidad para la población que no tiene posibilidades de contratar este tipo de asesorías; además, tienen la intención de generar más espacios para las mujeres en una profesión masculinizada y machista, como la arquitectura y la construcción. Coonvite también ha ejecutado proyectos alrededor de la construcción, el mejoramiento de vivienda y la investigación sobre la memoria barrial.

Uno de los proyectos adelantados por la cooperativa es el de Hogares Saludables, un programa de autoconstrucción dirigido a 200 viviendas en Medellín. Maryelín Botero Ocampo y Sara Londoño Palacio, socias fundadoras de Coonvite, explican que este es un proyecto en el que varios aliados se acercaban a las personas para diseñar juntos lo que estaba por mejorar en sus viviendas, como pisos, baños o cocinas; capacitaban a las personas para que pudiera hacer ellos mismos estas mejoras, y en combo, alrededor del sancocho, hacían la obra.

A propósito de la relación entre mujeres y vivienda, Maryelín y Sara identificaron datos significativos: ellas componen el 62% de las personas beneficiadas, el 68% de las casas estaban en propiedad de ellas y de las 128 personas que empezaron el proceso formativo en construcción 56 eran mujeres.

En este proceso, la reflexión sobre la relación entre las mujeres y sus casas pasaba necesariamente por la vecindad y el barrio, por entender que estas doñas desafiaban el mandato de relacionar la casa con lo privado y con la individualidad, pues para ellas la casa es el barrio y el convite. En los barrios populares, la casa no ha terminado de ser colonizada por ese capitalismo que, según Silvia Federici, hizo de lo doméstico un camino de aislamiento para secuestrar a las mujeres de lo gremial y político. Por el contrario, su acción por el derecho a la vivienda y la ciudad desborda los muros y las hace ciudadanas activas en lo público.

La casa es un refugio

En el proceso de Hogares Saludables, las arquitectas de Coonvite encontraron que las mujeres eran quienes más se involucraban y más conocían las condiciones de sus viviendas y lo que debía mejorarse. Muchas de ellas buscaban, por ejemplo, mejorar los pisos porque les hacía más fácil la limpieza; o querían abrir las cocinas para que el trabajo de preparar alimentos o lavar dejara de estar aislado del resto de la casa; también querían mejorar las zonas comunes para recibir las visitas más cómodamente. Sin embargo, una de las anécdotas más reveladoras es que en muchos casos indicaban que lo primero que querían arreglar era el baño, lo priorizaban porque sentían que era un espacio para dedicarse tiempo y estar con ellas mismas, y porque para muchas de estas mujeres su casa no significa intimidad o privacidad.

Algo similar nos contó Carmen Correa, una trabajadora doméstica que tiene su casa en el barrio Blanquizal en Medellín, y que con el dinero que recibió de su bono pensional decidió mejorar su casa. Si bien ese dinero lo hizo estirar para enchapar un baño, poner piso en su habitación y en la sala y revocar y pintar parte de la casa, Carmen confiesa que su sueño era tener “una hermosura de cocina” y que allí invirtió la mayoría de los recursos. Ella cuenta que sus hijos pensaban que era un gasto innecesario y un lujo, pero para ella esa era una forma de dignificar en su propia casa el trabajo que ha desempeñado por muchos años y tener un lugar bello para hacer lo que a ella le gusta.

Esa idea de Virginia Woolf sobre la necesidad de las mujeres de tener una habitación propia es una consigna que a la que se vuelve constantemente, quizás porque logra representar claramente esa necesidad de las mujeres —escritoras o no— de tener un espacio que puedan habitar y sentir propio. Y es que la casa no es sólo los muros que contienen, resguardan y protegen a las personas del exterior. El corazón de una casa es quizás la geografía doméstica, las cosas que están dentro y que colonizan los espacios, esas cosas que no solo nosotras poseemos, sino que nos poseen a nosotras. Así pues, para una mujer, tener una casa y un espacio propio es tener un refugio para los recuerdos, para la vida y para los pensamientos, una posibilidad de crear, imaginar y buscar autonomía.

En definitiva, pensar, repensar y pasar la vivienda por la experiencia de las mujeres es un camino para abrir nuevos debates, es una oportunidad para empezar a construir y edificar nuevos espacios. Viviendas que desafíen el mandato del individualismo, que recuperen la idea de vecindad para redistribuir el trabajo de cuidado, que tengan espacios de calidad para alivianar el trabajo doméstico, que permitan una buena vida, que estén al alcance de cualquier persona y que les den a sus ocupantes la posibilidad de construir ahí autonomía, cooperativismo y buen vivir.

Para Confiar, la vivienda ha sido un producto fundamental dentro de su portafolio de servicios porque permite poner el espíritu solidario de la cooperativa en función de la dignidad, la tranquilidad y la seguridad de las personas. Por eso, por ejemplo, se creó Sólida, una gerencia especializada en vivienda que une los conceptos de solidez y solidaridad. Año a año, son miles las personas que se acercan a Confiar buscando un apoyo que las acerque al sueño de tener una casa propia, la mayoría de ellas, mujeres.

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