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La mirada de Aurita

Por 23 octubre, 2023 octubre 25th, 2023 Un comentario

Aura López Posada nació en Venecia, pasó su niñez en Yarumal y luego se vino a vivir a Medellín, donde trabajó, se enamoró, se entregó a los oficios de lectora, locutora y gestora cultural. Una feminista amante de la vida, los libros, la niñez, la gente, el trabajo y la ciudad. Tenemos la tarea de difundir con más fuerza su legado.

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Por Jenny Giraldo García

Al hablar de Aura López Posada, muchos referencian su inconfundible voz y la fuerza con la que leía poemas y contaba historias. Pero Aura podía contar lo que contaba porque tenía una forma particular de mirar, porque supo ver con unos ojos generosos, atentos, agudos y críticos.

Eligió vivir en un apartamento en el centro de Medellín; pero no en uno de esos del Parque Bolívar, de cien metros cuadrados, pisos de madera y grandes ventanales que dan paso a la luz del atardecer. No. Aura vivió en una zona congestionada, bulliciosa y contaminada, conocida como El Palo con El Huevo, en el barrio Niquitao, un apartamento al que subía tras recorrer unas escaleras estrechas y empinadas en forma de caracol. Desde allí observaba y escuchaba. Así describió ese sector:

“El Huevo no es un barrio de Medellín, y sin embargo reviste las características del barrio popular […] Y sin ser residencial, en el sentido urbanístico del término, sus edificios de apartamentos de no más de cinco pisos de altura, armonizan con los locales ocupados por cafés, graneros, tipografías, peluquerías, talleres […] En El Huevo no hay extraños ni desconocidos y la vida transcurre, en gran medida, de puertas para afuera, es decir, que los vecinos hacen con frecuencia, de la calle, su lugar de encuentro y de conversación”.

Y de esa “especie de isla de forma ovoide” salía Aura todos los días a seguir mirando la ciudad y su gente. El centro fue uno de los protagonistas de sus escritos; sus ojos se fijaron en los niños de las aceras, trabajando junto a sus padres, desplazados por la violencia, jugando con un remedo de cometa. Vieron a Pitufo, Miguel, Nelson o Máicol, todos niños y jóvenes atravesados por la pobreza, el dolor y la muerte. Se tomó el tiempo para observarlos, escucharlos y describirlos, para no dejar morir su historia.

Pero su mirada también enfocó la belleza de una tarde de domingo inundada de voces y risas familiares; o de ese grupo de monjas “a quienes uno mismo, contagiado de la discriminación a la cual son sometidas desde la raíz del ejercicio sacerdotal, llega a confundir, en la luminosa mañana, con una inocente bandada de palomas”; o del rostro de Marineli, quien siendo ya adulta decidió aprender a leer y escribir, o de la celebración del día del idioma en la cárcel Bellavista con un concurso de poesía escrita por los presos; “en aquel lugar la poesía nos dice que no hay cárcel para el espíritu”. En Aurita se conjugaron el gemido avergonzado de una ciudad dolida y el grito alegre de un canto que celebra la ciudad amada.

Y entre tantos contrastes explorados, tanto que leyó y escuchó, Aura vio la desigualdad. En sus textos evidencia la inequidad aún no superada en Medellín, especialmente en esos que hablan sobre la escuela, la educación y la niñez: “Siempre que cae un aguacero fuerte, la escuela pobre amanece inundada”, “…cuántas carencias revelan y cuán alejados del mundo mantiene a estos niños la hipocresía de la ciudad”.

También vio la desigualdad de género y expresó con contundencia –porque si algo caracterizó a Aurita fue su capacidad para hablar con fuerza y lucidez– cómo se manifiesta. Sobre esa discusión contemporánea de la redistribución de los trabajos del cuidado que ocupa hoy al feminismo, escribió: “Comprendió ese movimiento que mientras lo doméstico no fuese cuestionado, no sería para las mujeres acceder a otros espacios de liberación”, o esa emblemática frase: “La lucha empieza al pie del fogón”.

Llamó la atención sobre los símbolos que configuran el imaginario alrededor de los roles y el cuerpo de las mujeres. Una de esas columnas que se adivina polémicas, expresa que:

“Sólo algunas entenderán el mecanismo de toda esa fabricación: horas enteras en el gimnasio, todos los días, masajes, dietas, cirujanos que controlan cada centímetro de piel y que agregan, suprimen, miden, calculan, modifican, dibujan, aumentan, disminuyen”.

Y habló sobre la necesidad de una ley para proteger el derecho al aborto y una urgente transformación cultural alrededor de lo que este derecho significa:

“Que el aborto no sea crimen ni estigma. Pero parejamente con esa conquista, necesitamos entender que asumir el cuerpo, y las íntimas decisiones que de él surgen, es el comienzo indispensable para asumir el mundo, y constituye la forma más definida del derecho a la vida”.

Hay algo de lo que adolecen las publicaciones que recopilan los textos de Aurita: las fechas en las que estos fueron publicados en la prensa antioqueña. A diferencia, por ejemplo, de las columnas o crónicas de Luis Tejada en Gotas de Tinta o Mesa de Redacción, no es posible saber si aparecieron en El Mundo o El Colombiano, en qué año o en qué mes, por lo tanto, tampoco conocemos el contexto, el momento que vivían la ciudad y el mundo; hay que intuir ese tiempo, o hay que ir a archivos de prensa originales para dar con él. Pero esto, paradójicamente, se ha convertido en una ventaja para sus lectores: los textos se han vuelto atemporales. Esa tarde de domingo en el parque Bolívar, esa venta de flores en Junín, esas mañanas en el Pasaje La Bastilla, ese niño insoportable llamado Alejandro que abandonó la escuela, esa vendedora de papas criollas en Maracaibo, ese reclamo por la autonomía de las mujeres, todo eso parece escrito ayer; esa ciudad que Aurita vio las últimas décadas del siglo XX sigue reclamando nuestra mirada generosa, atenta, aguda y crítica. Alguna vez, después de montar en bus, escribió esta reflexión que deberíamos asumir como cotidiana tarea:

“Si se le mira desde esa experiencia vital que significa el hecho de aproximarse a los demás, resulta, aunque dolorosa, importante, en la medida en que permite saber del otro, tener noticia de su presencia y de su circunstancia”.

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*Este artículo fue una colaboración para El Periódico de la Feria, que circuló en la Fiesta del Libro de Medellín en septiembre de 2023.

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Un comentario

  • Avatar Gabriela Elena Restrepo Londoño dice:

    Aurita por siempre, con la fuerza del amor que hizo inmortal al Hombre que habitó su corazón. Esa pequeña figura de andar acompañado, sin límite, pues era su pensamiento el que circulaba, no sólo su cuerpo. La mujer sin apariencias, rica en dulzura y siempre a la moda de LA AMISTAD, porque no aplazada conversación ni escucha atenta para quien lo necesitaba. Me la imagino frente a su eterno compañero, Pablo Neruda, añorando a sus Compañeros y Jefes de Confiar, los almuerzos de Versalles y a los Niños a quien pudo atender gracias a Pilar Velilla.

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