Magdala Velásquez, abogada e historiadora, prepara un libro acerca de la situación jurídica y social de la mujer en Colombia, y los antecedentes históricos de dicha situación. Esta investigación la ha llevado a rastrear esa historia oculta, borrada, esfumada, que es, casualmente, la historia de la mujer en aquellas sociedades donde su discriminación ha sido asunto de todos los días.
Es cierto, como afirma la autora, que no existimos. Y aparecemos ante la historia tapadas por una especie de tules, de velos que es necesario descorrer con la paciencia de un arqueólogo que, juntando sus piezas y sus datos, logra recobrar, al menos, los pedazos de un itinerario que intuye, pero que no es posible completar, que se interrumpe a mitad de camino, dejando espacios que solo son ocupados por la sombra y el silencio y que constituyen esos huecos trágicos donde se instala el olvido, como una especie de muerte en vida. Pero para ser posible el olvido, fue necesario primero, en la borrosa historia de la mujer, esa marginalidad que la ha mantenido relegada por siglos. Dice Magdala Velásquez: «Marginadas expresamente de la vida pública, desconocida su personalidad jurídica por el Estado, relegada al ámbito hogareño, la la crianza y educación de los hijos, a las tareas de la economía familiar o a las que son prolongación de las mismas, las mujeres se perfilan como sombra en el pasado».
Sombra y silencio. Ese es el pasado histórico de nuestras mujeres. Sepultados en ese silencio yacen los nombres olvidados de luchadoras populares, de escritoras, de artistas, de artesanas. A veces, para el investigador, una pequeña pista: un nombre, un sitio, una presencia, un recuerdo. Va a agarrar esa presencia, a asir ese nombre, a rastrear el paso de un ser humano por la vida, y el recuerdo se ha esfumado, la presencia se ha desvanecido, el nombre no está escrito en ninguna parte. En reciente conferencia acerca de este tema dictada por la doctora Velásquez en la Biblioteca Pública Piloto, citaba el caso de un grupo de mujeres en Bogotá que, alrededor de los años 40, cuestionaban la condición social de la mujer y las prácticas políticas del momento; muchas de ellas escribían en un periódico inconforme donde asumieron posiciones feministas que ya antecesoras suyas habían esbozado desde los años 30, y expresaban sus ideas, bastante avanzadas para la época.
El periódico no está en ningún archivo, de esas mujeres sólo tenemos el recuerdo de alguno que conoció a alguien que recordaba algo. Otras mujeres, más anónimas aún, están ignoradas desde siempre, desde antes, por una historia fabricada desde los hombres, hecha por los hombres, en el lenguaje de los hombres, con la memoria de los hombres. Perduran por ahí proclamas y pastorales, códigos y sentencias, vigentes todavía en la mentalidad de muchos,
que explican por si mismas la negación histórica de la mujer y que compendian la ideología que hizo posible su arrinconamiento, el desconocimiento de su condición de persona.
Magdala Velásquez señala un aspecto fundamental de la legislación civil que definía la sujeción por parte de la mujer la noción de «potestad marital», a conjunto de derechos y obligaciones que las leyes conceden al marido sobre la persona y bienes de la esposa. Porque para nuestra historia la mujer ha sido en gran medida, sólo sujeto de negación, de prohibición.
Es famosa aquella pastoral que alrededor de 1939 (y 45 años en la vida de un pueblo son apenas un segundo de su historia), señalaba el grave pecado que cometían las mujeres que vistieran de hombre o montaran a horcajadas. Tan grave, que el Obispo se reservaba la absolución de la falta no pudiendo por lo tanto ser perdonada por los sacerdotes que estaban bajo su jurisdicción.
Agreguemos a esto el escándalo que representaron, en sus orígenes, los colegios mixtos y la diferencia que en materia de educación otorgaba al pensum masculino una categoría superior al femenino.
El olvido histórico ha sido, pues, resultado de una discriminación sistemática que prolonga todavía sus raíces. Desbrozar el camino de ese olvido, rescatar para la historia viva los hechos y los nombres que una historia deformada ha ignorado, es una tarea feminista. Mujeres como Magdala Velásquez la cumplen con eficacia y emoción y nos entregan, junto con la denuncia, la esperanza.
Artículo publicado el 13 de junio de 1983 en el periódico El Mundo.