Por Jenny Giraldo García
«Y son ellos y sus vecinos y sus primos y sus abuelos y sus novias y sus hijos los que bajan silenciosos, indefensos y anónimos por el río Magdalena, el mismo que les traía la música, la moda y el amor cuando los días eran azules y las noches libres de tormenta».
Patricia Nieto, Los escogidos.
Cuando productores o programadores de las artes escénicas contactan a Andrágora Teatro por algún canal digital, asumen de entrada que están hablando con un hombre. “Sí, señor” o “¿Hablo con el director?” son expresiones que Carolina Estupiñán López –directora y dramaturga– lee con mucha frecuencia. Para ella, el teatro sigue siendo un espacio en el que los hombres y lo masculino tienen prevalencia, lo que no quiere decir que las mujeres no se lo estén tomando. El Festival de Mujeres en Escena por la Paz así lo demuestra.
Carolina nació hace 29 años en la ciudad de Tunja, desde que estaba en el colegio comenzó a hacer teatro y a leer las dramaturgias de Patricia Ariza; desde ahí empezaron sus preguntas. Aunque estudió artes plásticas, se dedicó a las artes escénicas y viajó por Latinoamérica para entender mejor el teatro que sentía que quería hacer. “Yo tenía miedo de hacer teatro –cuenta Carolina–, sobre todo en mi ciudad, donde ya hay grupos constituidos y si eres joven es muy difícil”.
Pero regresó a Colombia con las fuerzas que esas otras mujeres le imprimieron y, con determinación, fundó Andrágora, una iniciativa de jóvenes que cuenta hoy con cinco años de existencia y dos sedes, una en Tunja y otra en Cali. Este es un proyecto con varios frentes de acción: procesos de formación con niñas, niños y con poblaciones vulnerables, una escuela itinerante de artes escénicas y una compañía de teatro conformada por artistas profesionales de ambas ciudades.
Este año, Andrágora participa en el Festival de Mujeres en Escena por la Paz, con la obra Para volver a nombrarte* que, según su sinopsis, “indaga el fenómeno de la violencia en Colombia, haciendo un ejercicio de memoria frente a los desaparecidos, en donde los ríos y sus riberas se convirtieron en su principal escenario”.
Si el río hablara (Teatro La Candelaria, Bogotá), Donde se descomponen las colas de los burros (Umbral Teatro, Bogotá), Ríos de sangre (Balam Quitzé, Itagüí), Río arriba, río abajo (Pequeño Teatro), son algunos de los nombres y los grupos, a los que se une Andrágora, con propuestas teatrales sobre memoria y conflicto y que tienen al río como un eje narrativo. “Ese testigo silencioso que todo lo ve y que todo lo esconde, pero que muy pocas veces tiene voz para hablar, una imagen metafórica del conflicto; aunque no es tan metafórica, porque también es carne y huesos de tantos desaparecidos”, dice Carolina.
Además, según las indagaciones que hace el grupo, en la historia de nuestro país es determinante el momento en el que el río Yuma es descubierto por españoles, quienes cambian su nombre a río Magdalena. «Es ahí cuando empieza un círculo de violencia que no acaba. Esa visión histórica es la que nos lleva a pensar que ese río Yuma es la fuerza común más grande que tiene nuestro país, es un testigo histórico que nos permite hilar la historia de esa violencia y cómo esta tiene que ver con la pérdida de la memoria y la identidad».
Sobre las mujeres
Carolina ha tenido como maestra y tutora a Beatriz Camargo, «una de esas las mujeres que han marcado de manera contundente el teatro colombiano, a través de su investigación, de su lucha, de crear su propio espacio». Pero reconoce que en Colombia el acento del teatro está en las voces masculinas. Así lo siente ella. Por eso, con su trabajo, intenta que las mujeres tengan voces fuertes, que sus narrativas y relatos sobresalgan, que podamos enfrentarnos a las formas en las que las mujeres entienden la guerra, cómo la viven y cómo la callan. Algunas callan su dolor para proteger a sus familias, callan al abandonar sus territorios, callan incluso para darle la cara al país y luchar por los demás. Y en medio de tantos silenciamientos, Carolina y Andrágora proponen un teatro para volver a nombrar.
«El solo hecho de que exista este festival quiere decir que en los territorios hay mujeres haciendo: escribiendo, dirigiendo, actuando. Quiere decir que algo está pasando. Es una forma de decir que sí estamos en el teatro», así expresa Carolina su sentir frente al festival. Un espacio que para ella «debe existir por siempre, para que las mujeres tengamos un espacio para estar y habitar».