Por Aura López
Este artículo fue publicado en 29 de octubre de 1997.
«… Usted ya no podrá prescindir de una mujer por más mala trabajadora o bandida u ociosa que sea. Apenas ella vea pasos de animal grande y presienta (oh sexto sentido de las féminas) que se va a quedar sin chanfa: chumbulún, se hace preñar y ¿quién la saca?»
El anterior párrafo, ensucia, por su pésima redacción y por su grosera expresión verbal, un espacio como éste, donde se acostumbra mantener, a pesar de inconformidades o discrepancias, la dignidad de la palabra. Lo que sorprende es que alguien que posee un lenguaje tan chabacano, tan ordinario, tan rudimentario, trasunto de tanta ignorancia en el manejo de la escritura, y de tan bajo nivel cultural, sea dueño de una columna en un periódico, en este caso, en «El País» de Cali.
El nombre del columnista es Mario Fernando Prado, más conocido por el seudónimo de «Sirirí», y el fragmento citado en el encabezamiento de este artículo, es una muestra de lo que este señor escribió en su columna del 29 de septiembre, bajo el título «Contra echada preñada», algunos de cuyos apartes aparecen citados textualmente en una corresponsalía de Cali para el periódico «El Espectador» del 16 de octubre. Se refiere «Sirirí» a una norma constitucional que protege, en sus derechos laborales, a la mujer embarazada, asegurándole una estabilidad que con frecuencia se ve amenazada por el solo hecho de su preñez. Dice «Sirirí» : «¡Qué lindo es nuestro país! Cómo protege la zanganería de unas muérganas que de ahora en adelante escudarán su ineficiencia, o su deshonestidad, o lo que sea, en una embarrigada…» Y más adelante: «Una alcahuetería para la prostitución y para la ineficacia». Y así, hasta el final, todo un catálogo de vulgaridad, detrás de la cual existe una ideología turbia y cerval, un tono denigrante hacia las mujeres, qué excluye toda noción de polémica, que podría darse, por qué no, aún con argumentos inaceptables, pero que hieran eso, argumentos.
Este «periodista» no argumenta, sino que insulta a las mujeres; no se opone a una decisión jurídica, sino que denigra de las mujeres; no discute, sino que patea a las mujeres, no expresa razonablemente un desacuerdo, sino que menosprecia a las mujeres.
Una vileza. Típica reacción del hombre machista, cuyas raíces habría que buscar en el pavor que le inspira la presencia, cada día más numerosa, de mujeres lúcidas, con mayor certeza de sí mismas, con autonomía sobre sus propios cuerpos y sobre sus derechos de persona.
Y aunque es cierto que se trata, aquí, de un exceso de ordinariez, no es menos cierto que, aun en esferas «cultas», se da el caso de hombres que intentan espantar sus pavores y sus fantasmas, refiriéndose a «las mujeres» con la burlita sutil o el chiste de ocasión. Pura y simple inseguridad, puro susto ante conductas y decisiones que las mujeres no asumían antes.
Qué lástima que en lugar de congratularse en el encuentro con la nueva mujer, muchos hombres teman más bien una derrota, y sigan instalados en tan precaria noción del papel masculino, que por eso mismo, por precaria, se resuelve en prepotencia.
Mientras tanto, las mujeres cambian. Revolucionan el mundo con su cambio. Y no tienen miedo.