A los cincuenta años, Gabriela siente pánico cada vez que se mira en el espejo, escruta cada nueva amiga alrededor de sus ojos y de su boca y escarba entre su hermoso pelo oscuro, como contando una por una las canas que comienzan a aterrada. Está insegura y temerosa y confiesa que no se cree capaz de afrontar aquellos signos que para ella son sinónimo de derrota. Se entiende al escucharla, que su miedo radica en el hecho de desmerecer físicamente frente a los demás y de correr el riesgo de un alejamiento, de un olvido.
Instalada desde muy joven en la idea halagadora de responder al modelo que la sociedad propone a la mujer en relación con sus atributos físicos, Gabriela se descubre ahora vulnerable y presiente el paso del tiempo como derrumbe, como aniquilamiento. De poco parece servirte la conversación que ella ha suscitado y en la cual se subraya la idea de que la mujer asuma su cuerpo en relación consigo misma y no como sombra o imagen proyectada hacia el exterior y pendiente de la aprobación o el rechazo de otros. En un tono que pretenda ser neutral pero que deja traslucir su desamparo y su incertidumbre, anuncia su decisión de acudir a la cirugía plástica, recurso desesperado que sin embargo ella considera milagroso, ya que le permite, por el momento, ahuyentar el incómodo fantasma agazapado tras las arrugas de su cara.
Una especie de suicidio parcial de una mujer alienada de su propio cuerpo, obsesionada por la idea de mantenerse aparentemente joven, que claudica en la madurez de su vida, incapaz de asumir el proceso natural de su envejecimiento. Asediada por las voces que provienen de todos los ámbitos y que le han formulado desde siempre la exigencia de un cuerpo ideal que ella ya no puede garantizar, busca en el artificio la manera de cumplir de algún modo ese mandato, de amoldarse a ese papel, quizá el más obligante dentro de los roles asignados a la mujer.
Es probable que, además de la eliminación de las arrugas, Gabriela resulte tentada por el extenso catálogo de ofertas que las mujeres encuentran en las páginas sociales de los periódicos, en las guías de compras o en los anuncios de revistas femeninas, como por ejemplo eliminación de vellos incómodos, corrección de nariz, elevamiento y aumento de caderas o disminución si es el caso, extirpación de bolsas bajo los ojos, aumento de senos con implante a través de la axila, delineado permanente de ojos, labios y cejas, ondulado de pestañas, en fin, la manipulación del cuerpo femenino para ajustado a las exigencias sociales. El cuerpo como afiche.
Al evocar el rostro de Gabriela que conservada modo natural los rasgos de su antigua belleza, esta decisión de someterse a una cirugía aparece como un corte burdo y arbitrario, como una entrega dolorosa de su ser más íntimo. Conmueve imaginarla sin arrugas, atrapada en la ficción de una imposible juventud, tan sólo una máscara impersonal, trágico precio de su inseguridad y de su sumisión.
Publicado en El Colombiano el 14 de septiembre de 1994.