Nelly Velandia ha sido una de las líderes de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Indígenas y Negras de Colombia (Anmucic) y desde el año pasado es la Presidenta Nacional. El programa de Mercados Campesinos es una de sus tantas acciones por la defensa de la autonomía económica y los derechos de las mujeres rurales.
Mujeres Confiar conversó con ella sobre esa apuesta política y económica en la que hombres y mujeres del campo colombiano llevan sus cultivos directamente a los compradores, sin intermediarios que encarecen los productos y retribuyen poco a los productores. Mercados Campesinos lleva 14 años con un modelo económico solidario que hoy, explica Velandia, se ve amenazado por falta de apoyo.
Por: Angie Palacio Sánchez
MC: Este año Anmucic ajustó tres décadas de trabajo por las mujeres del campo, ¿qué transformaciones han logrado?
NV: Tenemos un bagaje histórico en el que cuentan, por ejemplo, el acceso y dominio de la tierra. Antes del año 88 sólo los hombres podían ser titulados. Desde ahí hemos trabajado para tener independencia política, económica y social y seguimos luchando por la visibilización del trabajo de las mujeres. Disfrutamos que ya podemos comprar lo que queramos, tomar decisiones. Antes no era así. Y seguimos con toda la incidencia política, como la Ley 731-2002, sobre derechos de las mujeres rurales sobre los territorios, su participación sobre los distintos temas agrarios y la insistencia en la equidad entre hombres y mujeres.
MC: Que es un tema en el que todavía queda mucho por hacer…
NV: ¡Claro! Esa lucha continúa y ha sido muy difícil. Hubo funcionarios que no querían aceptar todos estos cambios, lo mismo que muchas organizaciones campesinas. No fue fácil por la idea de que si nosotras adquiríamos más poder, ellos lo iban perdiendo: “estas ya tienen cómo defenderse, están en espacios de decisión”. Eso les daba miedo. La titulación fue un logro muy importante pero también nos trajo muchos conflictos. Finalmente, muchos tuvieron que empezar a ceder y avanzar en políticas públicas en favor de las mujeres y del sector agrario. Otra incidencia fuerte que tuvimos fue con la Constitución del 91, donde ganamos derechos sobre reconocimiento y fortalecimiento campesino (artículos 64 y 65) y todo lo que tiene que ver con los derechos de las mujeres, propiamente (artículo 42).
MC: ¿Cómo se reflejó todo esto en la vida cotidiana?
NV: Algunas en esa época empezaron a montar sus propios proyectos productivos, a generar sus propios ingresos. Como decía, eso trajo conflictos entre las parejas. Ya nosotras opinábamos, debatíamos, salíamos a lo público a exigir nuestros derechos y eso no les gustaba a los hombres. Decían que éramos unas vagabundas, que nos íbamos a buscar mozos. Y todavía sucede. Pero las mujeres empezaron a salir de su casa y a ser dueñas de sus vidas.
MC: En 2004 empezaron con los Mercados Campesinos, ¿cómo funciona ese modelo económico?
NV: Nos unimos con otras organizaciones mixtas y pensamos en esta iniciativa para el mercado local. Los campesinos van a diferentes parques de Bogotá a vender ellos mismos sus productos. Cuando iniciamos, los hombres eran los que ponían todo y si algunas mujeres salían al mercado eso les traía problemas, pero eso fue cambiando. Empezamos a capacitarnos en temas de producción, transformación y comercialización y decidimos que nuestra bandera sería la producción orgánica. Y ya llevamos casi 14 años compartiendo experiencias, aprendiendo entre todas y todos y llevando a las personas de la ciudad lo mejor del campo, a precios más bajos.
Ahora estamos muy débiles por falta de apoyo de la administración actual de Bogotá, pero compartir los saberes campesinos nos ayudó mucho al empoderamiento de las mujeres.
MC: ¿Cómo fue ese proceso con las mujeres?
NV: La estrategia tenía que ver con la comercialización, que fue una experiencia muy interesante porque tuvo como resultado en algunos casos la cohesión familiar, puso en evidencia el estado de las mujeres rurales: no tomaban decisiones, sus maridos no aceptaban que salieran de la casa para ir a comercializar. Normalmente las mujeres producían pero los hombres comercializaban, ellos recogían la plata. Tuvimos un caso de una mujer que hacía artesanías y salía a venderlas. Un día, el esposo, celoso, le rompió las cosas y le escondió la ropa que tenía lista para salir al mercado. Otro caso: una mujer muy introvertida empezó a ser más segura de sí misma cuando empezó a ir al mercado. Ya no era callada. Se defendía. A su esposo se le metió en la cabeza que tenía otro. ¡La asesinó! A muchas les tocó muy duro porque tenían que dejar listo desayuno, almuerzo y comida para poder ir al mercado. Otras tenían que llegar a entregarle toda la plata a los esposos cuando regresaban. Hubo muchas mujeres muy golpeadas. Entonces tuvimos que hacer un trabajo familiar muy fuerte y ha habido muy buenos resultados.
Enfrentarse a la ciudad también fue difícil para muchas. Había mujeres mayores que no conocían la plata, por ejemplo. Entonces la vecina le enseñaba los billetes y a sumar. Una vez una señora llevó un mercado pequeño: algunos huevos, un poquito de verduras, todo poquito. Era un mercado de unos 50 mil pesos hace 10 años. Y llegó un comprador preguntando cuánto valía ese mercadito y ella le dijo: “No mi señor, yo no se lo puedo vender porque entonces más tarde qué vendo” (risas). Eso fue una escuela para las mujeres. Otro caso muy bonito fue el de una artesana que no vendía más de 10 o 20 mil pesos, y de pronto llegó un comercializador y le empezó a hacer pedidos de 200 mil pesos, que para ella era como millones. En su pueblo los intermediarios no le pagaban casi nada. Las mujeres alcanzan a ser el 64 por ciento de quienes están en los mercados. Eso muestra un gran empoderamiento económico, político y social.
MC: En los Mercados Campesinos también tienen trueques, ¿cómo funcionan?
NV: La comercialización nos ayudó a conocer productos de otros climas y así fue como se nos ocurrió el trueque, que se dio muy naturalmente. Si yo soy de tierra fría y me sobró papa, las cambiaba por naranjas. Eso ayudó mucho a la nutrición familiar. Incluso empezamos a ver qué productos que uno no valoraba o se los echaba a los marranos y en otras regiones hacían cosas con ellos, tortas o lo que fuera. Así fue también cómo las mujeres nos dimos mucho al tema de trasformación: llevábamos el queso campesino, las almojábanas, las arepas, y así con todos los productos. En lugar de llevar la arracacha, la llevábamos en pan, en tortas, en harina. Eso ayudó a la innovación.
También aprendimos a ser más limpios. No solo eliminando los químicos, sino también las bolsas, el icopor, y a remplazarlos por las mismas hojas de las plantas. Son muchas las cosas que uno aprende trabajando unido: por ejemplo, a nosotros nos enseñaron, los mismos compradores, que era mejor que pusiéramos los productos por áreas: lácteos, carnes, etc. Y no cada persona con su montoncito de todo en su tolda. Eso ayudó también a la cohesión social porque para hacerlo así, a uno le tocaba vender los productos de otro y a otros le tocaba vender los de uno.
MC: ¿Y los logros económicos?
NV: Logramos que se empezaran a hacer los mercados no solo en Bogotá, sino también en las localidades porque teníamos productos a precios justos para el consumidor y para los campesinos. Lamentablemente estos mercados cayeron mucho en Bogotá porque la logística tiene mucho costo. Este gobierno actual todo eso lo echó para abajo después de casi 14 años. Habíamos logrado que en Bogotá se aprobara un acuerdo de que el primer domingo de junio se hiciera el mercado campesino. Siempre lo hacíamos nosotras y venían más de 2 mil campesinos de todas las regiones, un día en el que se podían estar vendiendo entre 800 y mil millones de pesos. Este año la alcaldía misma hizo el mercado con mucho producto procesado, intermediarios y grandes empresarios. Eso no tiene sentido, violó lo que estaba previsto de un mercado realmente campesino. Ellos se han apropiado de ese nombre para vender sus productos y eso no contribuye a mejorar los ingresos de los campesinos.
MC: ¿Por qué comprar en los Mercados Campesinos?
Lo nuestro es diferente a ese comercio de supermercado. Aquí generamos un sistema de amiguismo y hasta de turismo, porque hablamos con el consumidor, se les dan pruebitas, a veces ellos quieren ir a las fincas a ver cómo se produce todo, se hacen amistades, encargos. Las personas no solo vienen a mercar, también a comerse su caldo de costilla, su carne a la llanera, y a disfrutar de los bailes y la música campesina, porque también tenemos esa parte cultural. Todo esto era especial para nosotros y para los ciudadanos de Bogotá. Cuando hubo el paro agrario los consumidores apoyaron mucho porque ya se verían obligados a pagar más en las grandes superficies. Un mercado campesino de 70 mil pesos, en una superficie cuesta 100 mil.
Eso a las administraciones parece que no les interesa. Bogotá deja la distribución de alimentos a las grandes plataformas. En manos de los grandes distribuidores. Ahí viene perdiendo el consumidor. Necesitamos economías más solidarias.
MC: ¿Cómo son las economías solidarias?
Humanas. Nosotros hablábamos entre nosotros de qué iba a llevar cada uno, cuánto de cada cosa, para que no hubiera sobreoferta en una plaza y falta en otra. Se trataba de distribuir que en todas hubiera de todo. Nos organizábamos para que los que tenían muy poquito para vender, si no justificaba el viaje, mandaran sus productos con el vecino. Todo eso es solidaridad. Compartir: yo hago la torta de tal manera; participar: capacitarnos en cómo mejorar y solucionar conflictos, todo eso suma; establecer reglas de mercado: si uno vende la papa a 4 mil y otro a 2 mil, ahí ya no hay solidaridad, nosotros manejábamos los mismos precios, haciendo sondeos de lo que vale en las plazas de las localidades y viendo que las podíamos vender un poquito más barato. O si llegaba un productor que nunca había venido le buscábamos un campito. Si a alguno le robaban, hacíamos vaca. A todo esto se le suman la calidad, los precios, el amor que les damos a los compradores. El acercamiento entre productor y consumidor. Esto es otro tipo de economía, y esa economía es posible, pero tenemos que seguir en la lucha.