Un día, cuando todavía era una niña, Heidi hizo un viaje que le cambió la vida: se fue con su papá a recorrer Suramérica en barco, porque resulta que el papá de Heidi era marinero. Contar su historia y hablar de su trabajo como periodista en la Cooperativa Confiar es nuestro homenaje a todas las mujeres que desempeñan en esta labor.
Heidi Acosta Torres nació en el barrio Caribe, en Medellín, tiene 37 años y es la mamá de Lucía, de nueve años. “Siempre, en todas partes, digo que soy mamá”, pues aunque la vida decidió por ella, como nos contó en esta entrevista, este se ha convertido en un rol fundamental y sabe que todo lo que haga con su vida laboral tiene que acompasarse con ese otro trabajo que significa ser mamá.
“El barrio Caribe es un barrio de mecánicos en el norte de Medellín, es como un barrio híbrido y las casas están entre muchos mecánicos, muchos talleres y mucha industria. Ahí viví toda mi vida, con mi familia, que se conformaba por tres hijas, mi mamá y mi papá. Y vivíamos junto a mi abuela, mi tía, mi prima… como que estábamos ahí en un alboroto permanente. Estudié en un colegio de monjas y hasta pensé que me iba a dedicar a la vida religiosa porque era súper juiciosa. ¡Es que no perdía materia! Todo era una maravilla hasta que pasé a la Universidad de Antioquia. Mi papá siempre me decía que no estudiara allá, que me iba a morir haciendo una carrera por los paros y el desorden, pero yo sabía que si no era allá, no podía estudiar en ninguna parte. Él era melómano y siempre tenía un radio prendido, así que en mi casa siempre estaba sonando algo, siempre había un radio prendido. Y siempre en RCN Radio. En ese tiempo era Juan Gossaín. Yo trabajé en RCN, pero ya mi papá se había muerto, me da mucho pesar que no me alcanzó a escuchar ahí, una paradoja bonita y triste, porque cuando empecé a estudiar periodismo él me decía que algún día me quería escuchar ahí…”
Siendo la menor de tres hermanas, Heidi fue la última que pudo vivir una aventura que su familia hoy tiene el privilegio de contar.
“Mi papá comenzó a ser marinero más o menos en el 86 o el 87. Yo estaba muy pequeña y esa decisión de él significó un reto muy grande para la familia, porque él era mecánico industrial, era el que reparaba las máquinas, y hacía mantenimiento para el Seguro Social, y un día dice: ‘me voy de marinero’. Y mi mamá le dice: ¡No! ¿Cómo se te ocurre? Nosotros lo que queremos es tranquilidad, tenerte aquí y crear esta familia. Yo acabo de tener una bebé y te vas a ir’. Pero mi papá insistió en irse a recorrer el mundo… ¡y se fue a recorrer el mundo en un barco!”
¿Y qué piensa cualquier persona cuando le hablan de un marinero? Seguramente en un hombre que tiene tatuajes, que fuma pipa o que tiene un amor en cada puerto. Ser hijas de un marinero hizo que las Acosta Torres se convirtieran en unas niñas muy especiales. El papá de Heidi trabajó en la Flota Mercante Grancolombiana, la única que ha existido en Colombia, dedicada a actividades comerciales.
“Allá le daban la posibilidad de que la familia hiciera algunos viajes con él, entonces inicialmente fue mi mamá, conoció muchos países como Japón, conoció Europa, conoció muchos lugares, entonces ya no se quejaba tanto, mejor dicho, ya estaba feliz. Luego se llevaron a viajar a mis hermanas y conocieron los Estados Unidos y parte de Suramérica; y como yo era tan pequeña, no me llevaron a esos viajes, aunque lo visitábamos en las ciudades costeras de Colombia: Barranquilla, Buenaventura, Cartagena”.
Antes de seguir con esta historia, es importante contar que, al salir del colegio, Heidi estudió Licenciatura en Filosofía, pero ya por la mitad de la carrera se dio cuenta de que no tendría la paciencia para ser profesora, así que contempló una segunda alternativa: el periodismo.
“Yo creo que escribo desde que tengo uso de razón, y con más dedicación, desde los doce o trece años que viajé con mi papá y lo que pude vivir me inspiró a escribir”.
A los doce años, por fin le tocó a la menor de las Acosta Torres el turno de viajar en barco. Se fue durante un mes con su padre a recorrer Suramérica y, de esa historia saldría uno de sus primeros logros profesionales: el reportaje Los náufragos de la Flota Mercante Grancolombiana, con el que ganó un premio de periodismo universitario.
“En 1997 le dicen a los marinos: ‘la flota mercante se acabó y este va a ser el último viaje que van a poder hacer con sus familias. Aprovechen’. Y mi mamá dijo: ‘yo no la puedo acompañar, pero si ella es capaz, que vaya’. Estaba en sexto, apenas empezando el bachillerato, y me fui más o menos un mes. Conocí el Callao, Lima, Iquique, Valparaíso, Santiago y Concepción. Ese viaje para mí fue muy revelador y determinante, por un lado porque estaba en un momento de cambio, pasando de la primaria al bachillerato, como sintiéndome grandecita; además, me despertó las ganas de conocer muchas cosas y poder contarlas. Supe que todo lo que vi y viví no podía guardarlo para mí sola. Además, no todas las flotas mercantes en el mundo permitían eso, era costoso para la empresa y era además de alto riesgo, para viajar en familia existían los cruceros, así que nosotras fuimos muy afortunadas de poder vivir esa experiencia. Y es por esa experiencia que hoy soy periodista”.
Así describe Heidi el trabajo de investigación y escritura con el que hizo públicas y colectivas sus vivencias y aprendizajes en altamar:
“Los náufragos de la Flota Mercante Grancolombiana se convirtió en un gran reportaje en el que se mezclan siete historias: la de la Flota Mercante Grancolombiana, una de las empresas insignias de nuestro país en el siglo XX, que como muchas otras desapareció por malos manejos administrativos; la de cuatro marineros que cuentan sus experiencias a bordo de los barcos mercantes, diversas ópticas que en ocasiones superan o reafirman el imaginario colectivo del hombre de mar; la historia de mi padre, rastreada luego de su muerte a través de la correspondencia con mi madre y la mía propia, caminando los pasos que él recorrió para convertirse en marinero. Todas historias verdaderas que retratan una época, un país, una esperanza, lo humano enfrentado al mar y a las circunstancias, la avaricia y el abandono”.
Y aunque Heidi estaba dedicada a los medios de comunicación, como RCN o Blu Radio, su vida dio un giro al convertirse en mamá. “La gente tiene la idea de que los periodistas somos famosos, pasamos muy rico y ganamos muy bien. Y sí pasamos rico, pero trabajamos demasiado, si sabemos a qué horas entramos, no sabemos a qué horas salimos, y los sueldos no son tan buenos, a no ser que usted sea una Vicky o un Néstor. Pero realmente es un trabajo que requiere mucha dedicación. Así que ya con Lucía a bordo pensé que tenía que encontrar un lugar en el que me sintiera cómoda con lo que hiciera, pero que me dejara tiempo para mi familia, para ser mamá…
Y así llegó Heidi Acosta a convertirse en la periodista de Confiar, esa mujer que vemos en videos, eventos, programas de televisión, que hemos escuchado en promos, podcast y programas de radio. Ella es la voz que en muchos escenarios identifica a Confiar.
“Básicamente llegué a Confiar a hacer dos cosas. Todo el tema de medios de comunicación y relaciones con la prensa, pues somos una cooperativa que hace muchas cosas, entonces la idea es que esos medios conozcan todo lo que hacemos, no sólo en lo financiero, sino también en lo cultural, en el tema de mujeres, en el tema ambiental, económico; es lo que en otros lugares se conoce como un jefe de prensa. Pero además, mi trabajo consiste en contar las historias de la gente, por eso es que muchas veces me ven en muchas partes del territorio, porque precisamente eso es lo que hago: voy y busco historias bonitas que me cuentan los directores y directoras de las agencias, conozco a esas personas y las trasmitimos a través de los diferentes canales de Confiar. Pero aquí también pasa algo muy interesante y es que han confiado en que puedo hacer otras cosas, entonces yo soy periodista, sé escribir boletines de prensa y hacer entrevistas, pero nunca me había puesto el reto, por ejemplo, de presentar un evento, y aquí me dieron esa posibilidad y me dieron la confianza para experimentar esa faceta de mí y de mi profesión, que aunque la aprendí, nunca la exploté. Por eso yo me siento muy agradecida y me ha parecido una gran posibilidad, pues en esa medida se ha diversificado mucho mi trabajo y sé que he podido aportar mucho a la Cooperativa”.
Pero no nos olvidemos de la Heidi mamá, esa que se casó con un hombre que quería tener seis hijos, así que tuvo que negociar, la misma Heidi que lleva a Lucía a clases de pintura los sábados, que se toma selfies con la cara pintada al lado de su hija y que disfruta enormemente de un rol que ha aprendido a reconocer como un trabajo más y que asume sin culpas ni idealizaciones, poniendo por delante todo lo humano que la habita.
“Ser mamá, en primera instancia, fue un reto muy duro, que me costó depresiones, muchos cuestionamientos como profesional, como mujer, como esposa. Y luego puede decirse que llegó la resignación y la aceptación. Pero ya cuando tuve la bebé, inmediatamente se convirtió en el amor de mi vida. Eso que dicen que es el amor más grande, eso no es mentira, eso es incluso un amor que te supera. Fue difícil, tuve muchos miedos, pero también entendí que mi hija era para toda la vida y que tendría que acoplarme a eso, pero además de acoplarme yo, también entregué las responsabilidades a quienes correspondía. Entonces al papá le dije que se encargara de muchas cosas, porque la verdad es que a veces las mujeres asumimos toda la carga y dejamos que los hombres sigan teniendo su vida y sus profesiones, y ellos sí pueden hacer una especialización, sí pueden salir por las noches con sus amigos. Así que asignar esas responsabilidades sí aliviana mucho el trabajo de ser mamá. Además mi hija siempre tuvo una nana y esa fue una gran ayuda para mí, yo no sé si eso es bueno o malo, pero es la realidad de las mamás que trabajamos. Ya con siete años, empecé a ver que Lucía iba creciendo, que tenía ya unos pasatiempos, unos cuestionamientos, me di cuenta de que se parece mucho a mí, nos gusta pintar, escribir, las manualidades, entonces llegar a mi casa en este momento es como llegar donde una amiga, hacemos cosas juntas, es algo muy ‘parchado’, ya no es sólo cuidar sino compartir
Claro, uno siempre empieza a pensar si la estoy criando bien, si estoy dándole un buen ejemplo, si estoy siendo suficientemente disciplinada para que ella tenga unos valores y unas normas en la vida. Pero esos cuestionamientos nunca van a dejar de existir, así tú hayas tomado la decisión de quedarte todo el tiempo con tus hijos. Además, y esto se lo tengo que agradecer a Mujeres Confiar, he podido hacer conciencia de que la maternidad y la vida del hogar no tienen que ser un sacrificio”.
Para Heidi, este paso por Confiar ha representado muchos aprendizajes. Por un lado, en el campo específico en el que se desempeña: el área de comunicaciones ha sido para ella una escuela. Pero por otro, ha logrado concebir una apuesta económica solidaria y cooperativa para su propia vida.
“Todos los trabajos que he tenido han estado muy atravesados por un mundo que es totalmente capitalista. De hecho, los medios de comunicación pertenecen a grandes emporios empresariales de grandes magnates de Colombia que los manejan a su antojo. Entonces en Confiar es posible tener una visión sobre todas las posibilidades que da el mundo de la economía solidaria, que aunque es un mundo invisibilizado funciona muy bien y es mucho más gratificante. Cuando mucha gente se junta, uno pierde esa mirada meramente individualista que te invita a convertirte en una persona súper pro y ganar mucho billete, pues empiezas a entender que colectivamente se pueden construir muchas cosas. Además, mi trabajo me permite constatar la importancia de lo que hacemos todos los días. Mejor dicho, de acá es muy difícil devolverse, el día de mañana, si yo tengo otro trabajo, me mantendría aquí, en este modelo de la economía solidaria. Además, cada una de las historias y cada uno de los proyectos que he conocido en Confiar me ha ido tocando y ha transformado mi propio mundo”.