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El cuidado, el trabajo de la vida

Por 27 mayo, 2022 mayo 31st, 2022 Sin comentarios

 

“Uno de los cuestionamientos fundamentales asumidos por el feminismo desde sus orígenes, es el de que la casa recaiga exclusivamente sobre la mujer como algo dado, algo ineludible. Comprendió ese movimiento, que mientras lo doméstico no fuese cuestionado, no sería posible para las mujeres acceder a otros espacios de liberación femenina.”

Aura López

Por Juliana Serna Gallego 

Dos años después del comienzo de la pandemia por coronavirus, el mundo  vuelve a las viejas dinámicas de la productividad y rentabilidad: el trabajo remunerado presencial, el consumismo, el caos del tráfico y la crisis de la calidad del aire en las grandes ciudades. Volvieron también el trabajo doméstico y las labores del cuidado a su lugar íntimo, dentro de las casas. Son lejanos los días del 2020 en los que las reflexiones y experiencias sobre el cuidado inundaban medios de comunicación y las redes sociales, mostrando la forma con la que su carga hacía más complejas las jornadas del trabajo en casa y más grande la presión del aislamiento por el riesgo de contagio.

Una de las cargas relacionadas con las labores de cuidado no remunerado tienen que ver con las que ponen presión en el bienestar y la salud mental de las personas que cuidan, por eso en Mujeres Confiar, con motivo del Día de la Acción Global por la Salud de las Mujeres, queremos hablar del cuidado no remunerado y de su impacto en los y las cuidadoras.  

En su definición más básica el cuidado pasa por acepciones que consideran el detalle en la realización de una tarea, la conservación de la salud -propia y de los demás- y el sostenimiento de la vida, ya sea en sus etapas iniciales o las que se desprenden de la adultez. Todas las personas han recibido cuidados y es factible que en el futuro los necesiten, ya sea de forma pasajera o permanente. Lo que no está tan claro es que todas las personas ejercen labores de cuidado parcial o total. 

El cuidado no remunerado es un entramado que implica tiempo, dinero, desgaste físico y emocional y, la mayoría de las veces, dependencia económica y patrimonial de las personas que lo asumen. No tener que ejercer labores de cuidado es un privilegio, casi siempre masculino o resuelto desde la clase, que entrega la posibilidad de pagarle a alguien por ese trabajo. En Colombia son las mujeres quienes se encargan del trabajo doméstico y labores de cuidado no remunerado. Así lo reflejan las cifras de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo -ENUT-, en la que se indica como entre mayo y agosto del 2021 los hombres destinaron 8 horas y 49 minutos al trabajo remunerado y 3 horas para actividades de trabajo no remunerado. Las mujeres dedicaron 7 horas y 23 minutos para actividades remuneradas y 7 horas y 22 minutos para las que no tienen pago. ¿Notamos la desigualdad? 

Lo íntimo del cuidado 

Laura Marcela Sanz León es una filósofa y abogada manizaleña que en la actualidad se desempeña como cuidadora de tiempo completo, pues su mamá tiene Alzheimer en grado 6. “Ser cuidadora es el gran cargo en el que te pone la vida, un gran trabajo que en la mayoría de los casos no tiene remuneración y que es un proceso muy íntimo. Me doy cuenta que esto de ser cuidadora definitivamente no es algo que la gente entienda tal y como es. Por ejemplo, cuidar a alguien como mi mamá es vivir la vida de ella”, cuenta Laura. 

Las experiencias del cuidado son íntimas y tienen que ver con las particularidades de cada hogar y de cada diagnóstico, y aunque es un asunto bastante común todavía existen muchos tabúes: “cuando digo que soy cuidadora siento que hay algo muy superficial en el imaginario. Como que lo asumimos con lo relacionado con la compañía y funciones como la alimentación. Lo que a la gente le cuesta imaginarse es que a mí me toca llevar a mi mamá al baño, limpiarla, ponerle un pañal y al día siguiente repetir todas las acciones. Así todos los días, sin descanso».

Las conceptualizaciones y reflexiones sobre el cuidado contemplan que la organización social en la que están dispuestos tiene como principal factor de asignación una configuración de roles basada en un entendimiento tradicional del género, en la que los hombres o lo masculino se asocia con lo público y la proveeduría y las mujeres o lo femenino con lo íntimo y lo que tiene que ver con el cuidado. Son las familias, especialmente las mujeres, las que sostienen el cuidado en Colombia y lo han hecho por generaciones. Es común, por ejemplo, encontrar familias en las que existen diagnósticos que tienen que ver con preexistencias o condicionamientos genéticos, como el Alzheimer, en el que el cuidado tiene que asumirse de manera generacional, hijas que cuidan a sus madres, o en los que hay dos personas dependientes de cuidado al mismo tiempo, lo que multiplica el nivel y el impacto de las cargas asociadas a esta labor.

“Creo que la fortuna, entre comillas, de las enfermedades degenerativas es que el deterioro es progresivo, entonces el duelo también tiene un tiempo para elaborarse. Esto empezó como un deterioro cognitivo y por supuesto se despertaron muchos miedos. Yo sabía que íbamos a llegar en algún momento al punto en el que están las cosas actualmente, que iban a suceder unas cosas emocionalmente muy duras, como que ella se olvidara de mí. Al principio eso era solo un miedo”, explica Laura. 

Según el sitio web de la Clínica Mayo, un reconocido centro de investigación de enfermedades neurológicas y cáncer, “el deterioro cognitivo leve es un estadio intermedio entre el deterioro cognitivo esperado debido al envejecimiento normal y el deterioro más grave de la demencia”. Para los y las cuidadoras este tránsito significa la transformación de muchos o casi todos los aspectos de la vida. En el caso de Laura significó un fuerte cambio de su vida de casada y de su vida laboral. “Con el deterioro cognitivo ella solo olvidaba algunas cosas y yo estaba ahí para recordarle o acompañarla, con los años la enfermedad evolucionó. Lo que fue muy contundente en el caso de mi mamá fue que ella sufrió un derrame cerebral que afectó una parte del cerebro donde ya había un deterioro de la memoria mucho más grande y es por esta razón que yo entro a ser cuidadora de tiempo completo”. 

Las miradas sobre el cuidado 

El cuidado no escapa a ninguna fase de la vida, la diferencia está en la capacidad personal de proveerse el cuidado o, si no existe tal capacidad, determinar el nivel de dependencia vital en el que se encuentra. Esta es la razón por la que las perspectivas de los análisis y las ejecuciones de planes, programas y proyectos -tanto académicos como gubernamentales- están dirigidos a atender y entender las necesidades de poblaciones que por sus características dependen de los cuidados suministrados por otras personas para su subsistencia: menores de edad, adultos mayores, personas en situación de discapacidad cognitiva y/o física. 

Somos una sociedad que envejece y que necesita replantear la manera en la que el cuidado es asumido como un tema familiar y personal. Se debe ampliar la conversación sobre el cuidado, como fenómeno y las prácticas que de allí se desprenden y fortalecer la generación de políticas públicas y programas de corresponsabilidad empresarial que permitan articular estrategias y acciones desde la óptica planteada por el diamante del cuidado y las 3R: 

  • Reducción de las cargas que se desprenden del trabajo de cuidado y del trabajo doméstico para mejorar la calidad de vida de las personas que cuidan. 
  • Reconocimiento del trabajo de cuidado como un factor de desarrollo social y un impacto en la vida de los y las cuidadoras. 
  • Redistribución de la carga de trabajo doméstico y de cuidado tanto en el hogar como en la sociedad. 

Para Berena Torres, doctora en Antropología Social y docente vinculada al Departamento de Postgrados e Investigadora del Grupo Políticas Públicas y Servicios de Salud de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Antioquia, en la actualidad hay retos locales y nacionales para atender el cuidado dependiendo de la especificidad del mismo. “En Medellín, por ejemplo, se ha hecho un buen trabajo en torno a la discapacidad, pero no es igual para todas las personas, ya sea por su edad  o patologías. Se habla de cuidado desde las necesidades de la crianza de los menores de edad o de las asociadas a las necesidad de los adultos mayores,  pero resulta que existe todo un rango de cuidado que tiene que ver con otras poblaciones como las personas con cáncer, diagnósticos de enfermedades crónicas como hipertensión o diabetes o autoinmunes como la artritis y la esclerosis múltiple”.

La dependencia del cuidado puede llegar a edades que no se contemplan como la juventud y la adultez temprana debido a diagnósticos o accidentes y aquí los adultos mayores pueden convertirse de nuevo en los cuidadores de sus familiares más jóvenes. “Lo que observamos es la manera en la que en ocasiones nos sorprende la aparición del cuidado dependiente, como si no fuera esto lo de esperarse en una sociedad que ha evolucionado y perfeccionado las técnicas para alargar la vida”. 

El cuidado de quienes cuidan 

Tanto Berena como Laura, una desde su perspectiva académica y la otra desde su experiencia de vida, coinciden en que el cuidado y la realización de actividades relacionadas con el mismo son factores de riesgo tanto para la salud física como mental de los y las cuidadoras. 

“Se ha determinado que existen varios tipos de cargas asociadas al cuidado que comprometen o impactan negativamente la salud y el sistema de vida de las personas que ejercen labores de cuidado. Estos riesgos van desde la esfera física hasta la emocional y dan cuenta del nivel de transversalidad del cuidado en nuestra vida personal, familiar y social”, explica la docente. 

Los tipos de cargas que comprometen la salud de personas cuidadoras son las siguientes: 

  1. Cargas físicas: actividades que ponen en riesgo el sistema osteomuscular. Normalmente se presentan en personas que supervisan pacientes con alto grado de dependencia. 
  2. Cargas psicológicas: se derivan del estrés por las situaciones personales y duelos individuales y familiares que pueden afrontarse en este tipo de situaciones. 
  3. Cargas sociales: tienen que ver con la posibilidad de aislamiento social y dependencia económica que viven los y las cuidadoras. 

La condición de cuidadora ha transformado el matrimonio de Laura, una unión de más de 10 años, y su esposo también ha tenido que asumir estas funciones. “Hubo un momento de nuestras vidas que fue muy difícil, cuando él también era el cuidador de su madre que tenía un cáncer terminal. No había casi puntos de encuentro, al final del día estábamos agotados. Nos sosteníamos mutuamente, pero no en niveles muy profundos. No nos contábamos al detalle lo que sentíamos porque sabíamos que había que proteger al otro. La mamá de David ya murió, entonces digamos que él tiene de nuevo cierta libertad. Además, es un apoyo muy grande en mi decisión de suspender mi carrera y mi vida productiva por un tiempo. Yo no podría cuidar a mi mamá, vivir todo esto y llegar a las ocho de la mañana a una oficina, es imposible. No entiendo como hay mujeres que ejercen labores de cuidado de menores o adultos y luego tienen carga laboral, es mucha presión. La mayoría de las veces me siento muy cansada, no quiero hacer nada, para los demás es muy difícil entender el agotamiento profundo que se va alargando en el tiempo”. 

Una de las afectaciones más importantes para los y las cuidadoras tiene que ver con su salud mental. Según cifras del Observatorio de Mujer y Género de la Gobernación de Antioquia, la sobrecarga del trabajo de cuidados, el desempleo y la violencia de género son los principales factores de riesgo. En el informe del Observatorio, con motivo del día de la Acción Global por la Salud de las Mujeres, se resalta que mientras las mujeres dedican 31 horas semanales a labores de cuidado los hombres solo usan 10. Además, las mujeres -quienes tienen tres veces más riesgo de tener depresión y dos veces más de desarrollar ansiedad-  son las que más consultan por trastornos mentales relacionados con la salud mental, representando el 60 % de las consultas reportadas. 

Para Laura, esta experiencia ha significado enfrentar el duelo de la enfermedad de su mamá, su cuidado y dos depresiones clínicas desde el 2018. “Estoy en constante duelo. Estoy entre la pérdida que llega porque mi mamá no me reconoce, que ya no sabe que soy su hija y la pérdida fisiológica que me genera nuevas cargas. Mi relación con el tiempo es muy rara: mientras mi mamá va hacia atrás, yo tengo que adaptarme a sostener su vida. Ella va hacia atrás a lo Benjamin Button y yo tengo que ir hacia adelante. Tengo que sacar una fuerza para mí, una fuerza propia para salir al mundo y vivir la vida que debo vivir, que es la de la mujer profesional, la esposa, la amiga, la hermana, la hija, la que va al cine, pero acá en la casa siendo cuidadora vivo un tiempo que es hacia atrás. Hace una semana, por ejemplo, podía comer sola con cuchara, pero esta semana ya no puede”. 

Berena Torres resalta la necesidad de que el cuidado salga de la intimidad de las casas, pues es necesario que otros actores asuman responsabilidades sobre el bienestar de las personas que tienen vínculos de cuidado no remunerado, tanto aquellas que lo reciben, como quienes lo asumen. “Es necesario rediseñar muchos temas, el acompañamiento institucional debería estar dispuesto de manera domiciliaria, pero la Ley 100 lo impide por asuntos administrativos, por ejemplo. La infraestructura de las ciudades y las casas tampoco está pensada en función de las necesidades de cuidado porque es algo que sólo contemplamos cuando nos toca”. Así pues, es necesario pensar la manera en la que se entrega acompañamiento físico, emocional, financiero y jurídico a las personas que ejercen el cuidado porque las circunstancias le obligan a una especie de ostracismo que puede ser contraproducente a todo nivel.

 

Esta fecha debe poner en el centro reflexiones sobre la salud que apenas están emergiendo. Al hablar de la salud mental de quienes históricamente han asumido los cuidados de otras personas (las mujeres), pasamos por alto una dimensión que suele ser invisibilizada. Mencionarlo y atenderlo es nuestro llamado en el Día de la Acción Global por la Salud de las Mujeres.

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