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Contaminación urbana: otro asunto de género

Por 20 octubre, 2019 noviembre 15th, 2019 Sin comentarios

Imagen tomada de: https://www.gob.mx/

¿Se podrá analizar la contaminación como un asunto de género? En Mujeres Confiar nos hicimos esta pregunta y la geógrafa Isabel Pérez Alves, nos da luces sobre cómo el enfoque de género también hace presencia en este tema que tanto está afectando a las grandes ciudades colombianas y del mundo.

Por Columnista invitada: Isabel Pérez Alves

En el proceso histórico de la humanidad, cuando ésta logró asentarse y dejar de ser nómada, se empezaron a desarrollar los roles de género que conocemos hasta hoy, donde, groso modo, las mujeres quedaron a cargo de la crianza y del cultivo, mientras los hombres hacían el papel de constructores, cazadores y protectores. Si entonces, hace diez mil años esa división fue la clave para todo el desarrollo posterior de la sociedad incluida la revolución industrial que viene acelerando el proceso de población y contaminación; también ahí estaría el origen de porqué las mujeres contemporáneas podrían tener en sus manos la posibilidad de un mundo menos contaminado.

La crisis climática y sus síntomas: los niveles de contaminación actual del aire, el agua y los suelos, son debido a la acción humana como especie y el resultado del desarrollo de nuestras actividades económicas en la historia. Eso lo sabemos, entre otras cosas, porque cápsulas de aire han ido quedando atrapadas en las capas heladas de los polos y, al analizar una columna de hielo, podemos saber cómo era el aire de esa humanidad que se asentaba hace diez milenios, y cómo ha ido cambiando hasta ahora, aunque no nos permita saber qué división de género hay en la composición de la contaminación de esa muestra de aire encapsulado.

Sin embargo, podemos poner la lupa en nuestra forma actual de sociedad y llegar a la conclusión de que la generación y el padecimiento de la contaminación si tiene división por género. Es pertinente analizar esa diferencia porque si la mitad de la población coexiste con menos impacto ambiental que la otra en función de los roles de género, es porque ahí hay un camino a seguir en pro de una vida humana menos contaminante.

Es verdad que fácilmente se podría caer en un discurso esencialista, que no es el propósito. Y la dificultad de sacarlo de ese campo es justamente que las mediciones ambientales poco se hacen teniendo en cuenta el género, y en general las variables sociológicas. Pero todo indica que la tendencia marcada en la Encuesta Origen y Destino en Medellín 2017, donde las mujeres superan en 10% a los hombres en el uso del transporte público, y a su vez ellos las superan en 30% y 10% en el uso de la moto y el carro particular respectivamente, no es un punto por fuera de lo que pasa en otras ciudades del mundo, en especial en las más pobladas y desiguales.

Con esto se tiene que las mujeres urbanas, por lo general, nos movemos en radios de menores distancias y lo hacemos de maneras menos contaminante per cápita que los hombres que viven en las mismas ciudades. Y es que la forma de movernos es importante no sólo porque es la principal fuente de contaminación del aire en las ciudades, sino porque es también un indicador de qué tanta energía y recursos usamos de la naturaleza para conseguir el estilo de vida que llevamos. En ese sentido, del gasto energético, se afirma que las mujeres llevamos un estilo de vida más sostenible.

Hay que decir que, si bien podemos encontrar patrones de comportamiento y datos como este que nos confirman que la huella ecológica femenina es menor que la masculina, también hay que decir que no se trata de un resultado del todo deliberado o de una reflexión propuesta por la división de género, sino que corresponde a la misma marginalización de las mujeres en el proceso de constitución de la sociedad capitalista. Ésta es, por excelencia, contaminante y explotadora de la naturaleza; al observarla únicamente como fuente de recursos y no como un sistema del cual hacemos parte. Es decir, las mujeres no contaminamos menos porque no lo queramos hacer, sino porque hace parte de la marginalidad al sistema, que nos relega aún a los roles de reproducción y no de producción, que son, en efecto, los generadores de la contaminación.

También se encuentra que las mujeres además de ser menos contaminantes, somos más afectadas por los entornos contaminados. Por un lado, porque el metabolismo del cuerpo femenino es más graso, y eso favorece a la acumulación de elementos tóxicos en el cuerpo, además las mujeres embarazadas sienten los efectos en sus cuerpos y en el que engendran comprobándose que la contaminación atraviesa la placenta. Por otro lado, las poblaciones vulnerables a la contaminación: infantil y adulta mayor, suelen estar al cuidado de mujeres, aumentando las labores de cuidado y reproductivas.

Claro que también se superponen el género y las condiciones socioeconómicas: las mujeres que viven expuestas a aire, agua y suelos con niveles de contaminación más alta, y más nociva, son las mujeres más pobres; además de ser las que cuentan con menos información sobre las distintas contaminaciones y su manejo, y con menos capacidad de elección de dónde vivir.

La preocupación actual y urgente por la contaminación del planeta, nos prende alertas de un problema que no distingue fronteras. Nos vuelca sobre la reflexión de la Tierra como una casa común, y tanto «casa» como «común» han sido temas femeninos. Todos los expertos, y en especial las expertas que han llamado la atención a mirarlo con perspectiva de género coinciden en que la solución a gran escala del problema de contaminación es política de la mano del conocimiento científico, dos campos en el que las mujeres histórica y globalmente, han tenido dificultades para acceder en igualdad. Por eso es que tal vez vaya siendo la hora de poner toda la capacidad atávica de las mujeres en la arena de la deliberación del estilo de vida que queremos llevar.

Los procesos de espera de maduración y de crecimiento de las plantas y los árboles sin pesticidas y abonos químicos, el trabajo de recolección de agua limpia y su disposición después del uso para las que no tienen la posibilidad de tener acueducto y alcantarillado, los mecanismos en general de ahorro desde el financiero hasta los recursos naturales que son imprescindibles para la vida, la selección y separación de basuras e incluso el reaprovechamiento son actividades más cercanas a las labores del hogar y reproductivas. De ahí que se hable de la ética del cuidado como femenina y de la necesidad de un ecofeminismo para caminar hacia una sociedad menos contaminante.

Tanto el cambio de relación entre la misma humanidad que propone socavar el feminismo, como el que nos pide a gritos el planeta, se deben hacer de la mano. Esto es lo que plantean las corrientes de ecofeminismo o la ecología política feminista. Un feminismo que no considere una nueva forma de relación con la naturaleza y el planeta, es incompleto y viene a aportar a la contaminación que ya generamos. Al revés, un ecologismo que no asuma la experiencia de la ética y economía del cuidado ejercida silenciosamente por la mitad de la población, es un ecologismo sin una capacidad clara de masificarse y de desmarcarse de una mirada netamente técnica y que da como soluciones apenas acciones individuales sin cuestionar el problema de fondo. La división histórica y cultural de los roles según los géneros hoy puede estar en favor de un planeta menos contaminante y contaminado.

Isabel Pérez Alves es geógrafa de la Universidad Federal de Rio Grande del Sur, está diplomada en Población migrante y se encuentra finalizando la especialización en Sistemas de información geográfica. Ha estado vinculada en Medellín al activismo por la calidad del aire y a la proposición de diálogos sobre temas de género a través de Las Guamas. Actualmente integra el Movimiento Político de Mujeres Estamos Listas.

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