ESPECIAL AURA LOPEZ

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Por 24 abril, 2017 octubre 20th, 2019 Sin comentarios

Hace pocos días, en la primera página de algunos periódicos, apareció el bello rostro de una jovencita quien, todavía con su uniforme de colegiala, comentaba con sus amigas, entre sorprendida y alegre, su nombramiento como candidata al reinado nacional de belleza de Cartagena. Los ojos brillantes, el pelo en desorden sobre la frente, la piel fresca y limpia, y un encantador aire de ingenuidad casi infantil, le daban a la foto un aspecto insólito, como si más bien se tratara de un bello juego de muchachas en fin de año, en despedida de curso.

¿Qué mecanismos son echados a anadar para que el rostro y la figura de esta niña bonita se hayan transformado de repente? Al mirar las posteriores fotos de la «reina», resulta evidente que todo ha sido adulterado: el pelo artificiosamente ondulado, las pestañas embadurnadas, la boca agrandada, las mejillas coloreadas. La niña ha sido encaramada en unos enormes zapatos de tacón alto, envuelta en sofisticados trajes, y parece que le han enseñado ‘como poner los pies en el suelo, cómo levantar las cejas ante el fotógrafo, cómo entreabrir los labios, cómo adoptar, en fin, ese postizo aire de modelo profesional. La colegiala ha sido reemplazada por esta mezcla de muñeca y maniquí, y uno piensa si debajo de esas capas de crema, colorete y pestañina quedará algo de la reciente ingenuidad, de la belleza limpia, de la originaria frescura.

La belleza física es uno de los misteriosos eslabones de ese prodigioso engranaje que constituye la atracción de los sexos y que conduce al placer erótico. La forma de una boca, la suavidad de una piel, el contorno de una cintura, la curva de unos hombros, pueden desatar, de golpe, la fuerza maravillosa del disfrute amoroso, del estremecimiento y de la entrega. De ahí que nombrar jueces para que midan los cuerpos en pulgadas, hacer de esos cuerpos objeto de exhibición pública, convertirlos en elementos publicitarios, y pregonar sus características como número de feria en un tono que se confunde con el de «quién da más» utilizado en los remates, es la peor forma de despojo que se le hace a la mujer ya que se le impone su aprovechamiento utilitarista. Su cuerpo le ha sido enajenado, confiscado, en beneficio de intereses de tipo comercial y ella pierde, en ese juego que se disfraza con la máscara de la galantería y la adoración, un derecho primordial sin el cual todos los otros derechos serán imposibles: el derecho a ser la única dueña de su cuerpo y a disponer de él libre y autónomamente.

Alienada entonces de su cuerpo, la mujer se convierte en un objeto y, como simple adorno llamativo, entra «a representar el denigrante papel de maniquí. Como las muñecas dormidoras que mueven mecánicamente sus gruesas pestañas y dicen «papá» y «mamá», estas reinas de belleza están programadas para sonreír permanentemente, agitar las manos en el aire y repetir, como si tuvieran un disco oculto entre los pliegues del vestido, que les encanta la música clásica, que practican el tennis y la equitación, que apoyan al Frente Nacional y que durante su reinado •trabajarán para ayudar a los niños chapines. Cuando en Australia, grupos de mujeres —hermosas jóvenes en su mayoría— protestaban reciente-mente por la celebración del concurso de Miss Universo, estaban reafirmando una actitud que de un tiempo a esta parte ha hecho posible, precisamente, que este tipo de certámenes comience a ser enjuiciado. Dicha actitud no es otra cosa que el afán de la mujer emancipada o en vía de emancipación , por rescatar sus condiciones esenciales, su dignidad y su afirmación.

Lucha difícil, es cierto, por los sutiles mecanismos de una sociedad que, en el mismo momento en que dice exaltar y defender ciertas virtudes supuestamente femeninas, no vacila en reducir a esas mismas mujeres a la condición de objetos.

Quienes creemos en el advenimiento de una sociedad nueva, sabemos que dentro de esa sociedad no existirán los cetros y las coronas de relumbrón que hoy se le entregan a las mujeres por sus medidas de busto, cintura y caderas. Habrá en cambio, entre los sexos, relaciones auténticas, igualitarias, de las cuales la belleza física no sólo no estará excluida, sino que surgirá como dimanación de esa misma autenticidad conquistada, como parte del deslumbramiento de todos los días. De lo maravilloso cotidiano.

Los pregoneros de la feria tendrán que irse, entonces, con su música a otra parte.

Este artículo fue escrito 17 de noviembre del año 1979 en el periódico El Mundo.

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