Por: Jenny Giraldo García
En ese binarismo, ese juego de opuestos y ese discurso de aparente complementariedad se nos ha dicho que ellos son una cosa y ellas son otra, y que por eso a cada quien le corresponde un lugar: en la mesa, en la casa, en la sociedad, en la cama, en el amor y hasta en la amistad. Ante esa acostumbrada forma de relacionarnos: ¿cómo se construyen relaciones de confianza entre hombres y mujeres?
La confianza se ha vuelto un tema de análisis desde hace algunas décadas; cada vez escuchamos más sobre ella: hay conceptualizaciones, estudios, mediciones, análisis sobre relaciones con las instituciones, etcétera. Muchos datos, mucha teoría. En ese contexto, se hace necesario pensar la confianza en los escenarios más íntimos de la vida, en la cotidianidad y en los vínculos que establecemos a través de los afectos
Llevar esta reflexión a las relaciones de pareja heterosexuales nos pone frente a una serie de tensiones en las que aparecen nociones como la libertad, la lealtad y la fidelidad conjugadas con la confianza. Y, por supuesto, emergen todos los estereotipos, comportamientos e ideas en torno a lo que representamos los hombres y las mujeres, y la feminidad y la masculinidad. ¿Quiénes son más fieles? ¿Quiénes son confiables? ¿Qué acuerdos son válidos? ¿Cuáles actitudes tensan el lazo de la confianza? ¿Qué conversaciones hay que poner sobre la mesa?
Hace algunos días vi Valeria, una serie española sobre un grupo de amigas treintañeras. Dos cosas me llamaron la atención tanto como para recordarlas un par de meses después y para pensar, a partir de ellas, en lo que significa la confianza en las relaciones de pareja. La primera es que una de las protagonistas le dice a un chico, mientras se le quiebra la voz: “estoy acostumbrada a las relaciones de mierda”, y por eso le cuesta tanto establecer una relación con alguien que le responde los mensajes a tiempo, que le quiere presentar a sus amigos, que no quiso sexo en la primera cita, que respetó su decisión cuando ella quiso parar y que tiene un enorme deseo de conocerla y de conversar
Lo segundo no fue una escena específica sino una sensación experimentada a lo largo de la temporada. Nuestra protagonista (alerta spoiler) lleva mucho tiempo tratando de resolver su relación con Víctor, un hombre muy guapo, muy libre y muy mujeriego. Ella ha sufrido, se ha sentido confundida, ha esperado que esa relación evolucione, pero no pasa de un mismo punto, un bucle en el que se mueve con plena conciencia de hacerse daño. ¡Hasta que por fin decide dejarlo! En esas conoce a Bruno, un hombre más maduro, más serio, más respetuoso y dispuesto a comprometerse en esa relación. Sin embargo, todo el tiempo esperé alguna decepción: que no apareciera, que no contestara, que llegara con otra, que fuera mentira tal o cual cosa que dijo… cada escena me abría una puerta posible para descubrir un engaño. Además, y con mucha culpa, en algunas ocasiones deseé que la relación con el otro se recompusiera, que la llamara y le prometiera que cambiaría por ella y que todo terminara muy bien entre los dos. (Otro spoiler: dicen que la novela en la que está basada la serie sí termina así).
¿A qué clase de relaciones nos hemos acostumbrado las mujeres? ¿Cuál es el amor que estamos en capacidad de profesar y cuál podemos recibir? ¿A cuántas nos ha pasado eso de acostumbrarnos a que nos ignoren, nos humillen o nos traten mal y nos parece una rareza cualquier actitud que se salga de ese molde patriarcal? ¿Será que las mujeres, en muchos casos, estamos prestas a desconfiar? ¿Qué tan confiables nos hacemos –tanto los hombres como las mujeres– cuando nos asumimos como una pareja? Vale la pena reflexionarlo.
Dos aspectos se hacen explícitos en una relación amorosa cuando existe la confianza: la reciprocidad y la vulnerabilidad. Quien confía se puede mostrar vulnerable pues espera que el otro reciba esa vulnerabilidad y haga algo bueno con ella. Si yo sé que puedo exponer ante el otro mis miedos es porque confío en que el otro responderá de manera positiva ante ellos y me permitirá expresarlos, tramitarlos y buscar la salida para superarlos; o al menos acompañarlos. Por eso (y era justo lo que experimentaba Valeria con Víctor) es tan difícil construir confianza en una relación basada en la incertidumbre; no saber cuándo será la próxima vez, no tener certezas sobre el futuro, a veces ni el más inmediato, elimina la posibilidad de confiar y, por lo tanto, de mostrar vulnerabilidad. Y por eso, en muchos casos, las mujeres terminan sufriendo solas por relaciones a medias, sin futuro y sin certezas. “Las expectativas sobre el futuro incrementan la tendencia a cooperar y a confiar”, dice Eva Illouz en su libro El fin del amor, en el que dedica un apartado a la confianza en este tipo de relaciones.
La desconfianza aniquila la posibilidad de la pregunta y permite llenar la relación de imaginarios ‘negativos’, entorpeciendo así la narrativa del amor (otra vez, gracias, Eva). En el caos que genera la incertidumbre, desaparece la confianza y entonces nuestra vulnerabilidad no puede ser expresada, no podemos tramitar eso que nos duele, nos inquieta o nos agobia. Triste círculo vicioso ese de amar sin confiar.
Es posible que estén cambiando los pactos, pues también cambian las formas de amar; basta leer alguna novela clásica y la configuración de parejas que aparece en ellas y compararla con algunos textos literarios contemporáneos para entender que las expresiones del deseo y los valores en torno al amor se han transformado. Y en esa transformación, me atrevo a decir que la confianza es un valor emergente, que no siempre ha sido una condición o un atributo del amor, pues muchas relaciones se construyeron bajo la sombra del silencio, de un poder masculino incuestionable, del aguante y de la soledad, especialmente de las mujeres.
Hoy, que los datos señalan que hay una crisis de confianza generalizada que toca a la ciudadanía y nuestra relación con el estado, los medios, las familias, las empresas y otras instituciones modernas, nos queda, como un buen antídoto, construir y reconstruir la confianza con quienes amamos. Amarnos y confiar.