En la Comisión de la Verdad hay una mujer que ha recorrido el país de la mano de las organizaciones sociales, el arte y la cultura: Lucía González Duque, con quien continuamos esta serie de entrevistas.
Lucía González Duque es arquitecta. Fue directora del Museo Casa de la Memoria y el Museo de Antioquia, en Medellín. También dirigió el Departamento Administrativo de Planeación de Antioquia y trabajó en IDEARTES, FONDOPAZ, el Centro de Fe y Culturas y otras organizaciones públicas y privadas. Buena parte de sus labores se han enfocado a la reconciliación, la construcción de paz y tejido social y al arte y la cultura.
Mujeres Confiar: ¿Por qué decidiste estar en la Comisión de la Verdad?
Lucía González Duque: Llegué gracias a la postulación de organizaciones de la sociedad civil y pasé todo el proceso. Siento que es un reconocimiento a todo lo que he hecho, pero también, como dice el Padre Francisco de Roux, es una tarea superior a uno, es una tarea de un nivel de responsabilidad tan grande que no hay experiencia previa que la soporte. Creo que la verdad es una necesidad moral y política para ir hacia adelante. También creo en la justicia transicional, en una justicia cuyo objetivo no es castigar sino comprender, por lo tanto, pone en el centro la verdad; una verdad que nos va a permitir reconocer qué es necesario resolver en este país y construir un escenario de convivencia pacífica que nos estamos debiendo. Y también creo en la redención de los hombres y las mujeres, no creo que haya que sentenciar a nadie hasta el infinito, y la justicia transicional concede la posibilidad de revisar las acciones, de reconocerlas, de pedir perdón y anima a la reconciliación. Uno de los textos más bellos que he leído últimamente, de William Ospina, decía: “es tarde para los tribunales”. Está tan extendido el conflicto armado en este país que la justicia ordinaria, difícilmente, lograría atender todas las demandas. La justicia a la que estamos acostumbrados sólo condena, no promueve la reconciliación y la paz.
Al país le ha faltado nombrar la responsabilidad de muchos otros actores, más allá de los actores armados, siempre hemos cargado la culpa en quienes han cargado las armas, en los actores armados, tanto legales como ilegales. Pero también hay que entender cuál ha sido el papel del Estado, del tipo de democracia que tenemos, del sistema económico, de los terceros, de la cultura. Vamos a llegar a la conclusión de que las causas fundantes son los factores de persistencia, porque siempre hemos eliminado a los grupos armados, pero no hemos asumido las reformas necesarias, empezando por la de la tierra, la de la justicia, la participación, los puntos del Acuerdo de Paz. Hay un Estado, un establecimiento, que está interesado en mantener un status quo que impide la justicia social, y eso lo vemos, por ejemplo, en las históricas acciones violentas contra las manifestaciones sociales. Este país estimula la creación de los grupos armados en la represión de la protesta social.
MC: Dices que no hay experiencia que soporte la responsabilidad de estar en Comisión de la Verdad, pero queremos saber: ¿cuál es la relación previa que tienes con los temas de memoria, justicia, paz y cómo esa experiencia le aporta a lo que hoy puedes hacer por la verdad en el país?
LG: Siempre que me presentan como arquitecta todo el mundo se pregunta: ¿qué hace una arquitecta en la Comisión de la Verdad? Y yo realmente era arquitecta cuando estaba chiquita. Pero esa es una formación que me enseñó muchas cosas, me enseñó tanto de lo poético como de lo racional y una profundización de la vida, de la ciudad. Yo sí creo que la experiencia que he tenido me permite una solvencia frente a muchos temas, he tenido la oportunidad de estar cerca de muchas poblaciones, de muchos tipos de comunidades, conozco conflictos armados especialmente los conflictos urbanos -que también fueron un aprendizaje muy importante-, hacer parte de procesos de paz, de la construcción de agendas de paz con los sicarios del narcotráfico en el barrio Antioquia, procesos que se llevaron acabo en Medellín para acercarnos a las milicias urbanas y siempre muy cerca de las organizaciones sociales. Todo esto me permitió conocer condiciones sociales reales en este país. Aquí hay mucha gente que no conoce la pobreza, que no conoce la riqueza que hay en la diferencia, y eso les impide construir una empatía con las necesidades, con la demanda y con el dolor de los otros. También he tenido la fortuna de haber participado en proyectos como la reconstrucción del eje cafetero y la atención humanitaria a causa del fenómeno del niño, lo que también me aproximó a poblaciones muy pobres, muy necesitadas, pero también, hay que decirlo, me acercó a la capacidad y a la potencialidad de las comunidades. Este país está lleno de gente maravillosa inventándose la vida, re-existiendo cada segundo.
Todo el aprendizaje con las víctimas fue muy fuerte. Antes del Museo Casa de la Memoria había trabajado con chicos en alto riesgo y desmovilizados, entonces ya tenía una comprensión de la tragedia vivida en este país. Además, el relacionamiento con chicos desvinculados del conflicto armado y después con paramilitares, con los que trabajé luego de que salieron de la cárcel. Eso me ha permitido tener una comprensión de la posibilidad de avanzar con ellos hacia la reconciliación. Mi experiencia en lo público también fue importante, pasé por la Gobernación, por la Alcaldía, el trabajo de Colombia Humanitaria. Y agrego la relación con las clases altas y empresariales, que me permite tener un diálogo en todo el espectro de la sociedad y reconocer ahí también las victimizaciones y responsabilidades.
MC: Y hablemos del acercamiento al arte y la cultura, ¿cómo juega en la Comisión de la Verdad?
LGD: Mi formación ha motivado un interés por el arte y la cultura, que son medios muy potentes. Además, la pregunta por la cultura es absolutamente necesaria en este país. En el Museo de Antioquia la trabajé muy a fondo: ¿qué tipo de cultura es la que carga Antioquia? ¿Qué tipo de cultura carga este país? Y entonces hablamos de esa herencia colonial en la que vivimos, la configuración del paisa desde esa cultura colonial, hablamos de la ausencia del relato de los afros y los indígenas, abrimos el espacio a muchas otras culturas, incluidas, por ejemplo, la cultura urbana de los sectores más populares. Hubo un esfuerzo grande por democratizar la presencia cultural de muchas más poblaciones, y el arte es y seguirá siendo uno de los lenguajes más potentes para hablar de lo que nos ha pasado, nos da la posibilidad de nombrar lo innombrable, de tener un discurso más allá de lo político, de visibilizar cosas que pasaron en este país y que no las conocemos sino a través del arte.
Toda esta experiencia me ha permitido poner en la Comisión una pregunta por la cultura, y creo que es la primera Comisión de la Verdad que tiene una dimensión cultural, que hace de la cultura un objeto de análisis, trabajando en tres líneas. La primera es: ¿qué hay en la cultura de este país que permitió instalar el conflicto armado de esta manera y que se haya desarrollado y perpetuado? ¿Qué asuntos de la cultura les han posibilitado a las comunidades ponerle la cara a la guerra? La segunda es una pregunta por el daño inmenso que le ha hecho el conflicto armado a la cultura (Medellín es un buen ejemplo, pues se transformó culturalmente con la violencia, particularmente con la del narcotráfico, se modificaron todos los códigos éticos y estéticos. Y por supuesto la violencia ha transformado la política), pero también por las cosas buenas que culturalmente surgieron en medio del conflicto armado (por ejemplo, hoy sabemos que Timbiquí, Bojayá y Mapiripán existen por el conflicto armado y hemos oído muchas otras voces y muchos otros territorios por el conflicto. Posiblemente permaneceríamos en guetos si no fuera por eso) Y la última línea es: ¿cómo las prácticas artísticas y culturales han contribuido a narrar, a resistir y a proponer redes y escenarios de paz y convivencia?
MC: ¿De qué manera te ha tocado el conflicto armado de manera directa?
LGD: He sido una mujer muy afortunada porque he estado metida en la boca del lobo muchas veces, pero no puedo decir que me haya afectado directamente. En estos días me acordé de que me secuestraron un tío y una tía en momento distintos, pero fue cuando eso era lo más normal, en medio de esa naturalización de los efectos del conflicto armado, y me impresionó mucho que nunca lo nombré, uno simplemente esperaba que los devolvieran a partir de una negociación. Entonces no, no tengo, aparte de la afectación emocional y moral que me interpela y me lleva a asumir estas responsabilidades. Creo que tengo la obligación de trabajar por el país.
MC: ¿Cuál es el aporte que le pueden hacer la cultura y las organizaciones sociales a la construcción de verdad?
LGD: Yo creo que la cultura ha hecho aportes muy significativos pero muy desarticulados y casi nunca en relación con proyectos grandes de revisión del conflicto armado. Es un asunto por nombrar y por encontrar: cómo es que se resuelven esas herencias atávicas que nos han impedido salir de la guerra. Por ejemplo, el racismo, el clasismo, el patriarcado, la banalización del mal, el desprecio por la diferencia, todos esos son temas que se han tratado pero que no como fundamentos del conflicto armado, y eso nos puede dar otra dimensión y nos puede obligar a revisar currículos. Yo no sabía que los afros y las comunidades indígenas eran importantes para este país, a mí nadie me lo dijo, nos ensañaron que a Antioquia habían llegado los Nutabes, los Tahamíes y eso era un asunto del pasado, y nadie nos contó de la importancia de esas culturas y lo que tenían para aportarle a la nación. Y mucho menos de las culturas afro, eso sí fue que ni las vimos. Eso sigue siendo un déficit en la educación y en el relato nacional; incluso hay un desprecio profundo por las etnias, por los sectores marginados, por la pobreza y por la diferencia.
Con las organizaciones sociales, este país ha logrado muchos avances en derechos y en democracia, y reconocerlas estableciendo una relación directa con ellas se convierte en un capital positivo para la Comisión de la Verdad. No es un secreto que las organizaciones sociales han estado estigmatizadas en este país, entonces no falta quien diga: ‘es que esas organizaciones son de izquierda, es que las organizaciones sociales instrumentalizan a las víctimas, es que las organizaciones sociales tienen su propia agenda’. Pero yo creo profundamente en la cualidad y en la calidad de todas las organizaciones que he conocido, habrá algunas que se han constituido para estafar al Estado y a esas no las reconocemos en este sector. El aporte que nos han hecho en este momento las organizaciones sociales es impresionante, porque nos han entregado informes, nos han ayudado a convocar comunidades, han puesto temas sobre la mesa. Son un actor fundamental y serán los destinatarios del legado de la Comisión. Hay dos sectores a los que hay que entregarles este legado, que es la reflexión de lo que nos ha pasado, ese examen de consciencia que hay que hacer y el seguimiento a las transformaciones que se propongan, a las recomendaciones que se hagan, esos sectores son el educativo y el social.