Por Cristina Hincapié Hurtado
El proyecto Mercury de la NASA buscaba evaluar las capacidades humanas para enviar una nave tripulada al espacio. Y el doctor Lovelace, quien se encargaba de las pruebas, consideraba que también las mujeres podían ir a la luna. Sin embargo, cuando la NASA se enteró de que las pruebas también eran realizadas por ellas, respondió con un contundente: «No necesitamos astronautas mujeres». Mercury 13, documental disponible en la plataforma Netflix, nos cuenta esta historia.
«Es un pequeño paso para una mujer, pero otro paso gigante para la humanidad»
Mercury 13
En 1957 la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite en el espacio: el Sputnik 1. A partir de este momento, y hasta 1975, se mantuvo una tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética que se conoció como la carrera espacial, una suerte de competencia en la que cada uno de los territorios implicados buscaba salir adelante y ser el primero en avances tecnológicos para explorar el espacio exterior con satélites artificiales, o enviar humanos al espacio y poner una bandera en la luna.
Un año después de la puesta en órbita del Sputnik 1, la NASA responde con el proyecto Mercury, un programa espacial que buscaba probar seres humanos para enviar naves tripuladas al espacio. Un grupo de siete hombres astronautas fue puesto a prueba y entrenado para esta misión por el médico Randy Lovelace, quien además pensaba que también las mujeres podían ir al espacio.
Alguien tiene que ir primero…
«La mayoría de comportamientos dañinos se basan en el miedo. En proteger el lugar que uno cree que ocupa en la sociedad. En proteger el territorio o el bienestar físico. Pero el progreso es inevitable». Con esta idea, profunda y contundente, comienza una historia que trasciende las fronteras de la tierra y que nos presenta a un grupo de valientes, que decidieron dejar atrás los estereotipos de la época y luchar por una sociedad más equitativa, donde las mujeres y sus aportes a la ciencia espacial fueran igual de valiosos que los de los hombres.
A lo largo de este documental, y parafraseando a los directores, nos preguntamos: ¿qué hubiera pasado si esa imagen icónica del hombre pisando por primera vez la luna tuviera como protagonista a una mujer?, ¿cuántas niñas hubieran crecido con el sueño de ser astronautas si una de estas mujeres hubiera llegado al espacio? La lucha de 13 mujeres que soñaban con ser astronautas, así como los obstáculos que se encontraron en su carrera, son relatados en esta historia disponible en la plataforma Netflix.
Mercury 13 es un documental realizado por David Sington y Heather Walsh, en el que nos presentan los testimonios de algunas de las 13 mujeres que participaron en el Lovelace’s Woman in Space Program, un proyecto realizado por el médico estadounidense Randy Lovelace, cuyas contribuciones a la medicina aeroespacial y a la incorporación de mujeres astronautas al programa espacial de los Estados Unidos son bastante significativas.
Estas mujeres, todas ellas pilotos con gran experiencia y conocimiento en este campo, fueron evaluadas por Lovelace con las mismas pruebas a las que se sometían los hombres aspirantes al proyecto Mercury de la NASA, el primer programa espacial tripulado que tuvo lugar en Estados Unidos entre 1961 y 1963 cuando la carrera espacial estaba en su punto más álgido. Según la NASA, quien solo conoció los avances de este proyecto en su tercera fase, el Programa Mujeres en el Espacio fue un proyecto de corta duración y financiamiento privado.
A pesar de haber obtenido excelentes resultados en las dos primeras fases de pruebas, cuando la NASA se enteró del trabajo que realizaba Lovelace con este grupo de mujeres, su respuesta fue contundente: «No necesitamos astronautas mujeres. Olvídelo». Por lo que el proyecto tuvo que cancelarse.
Sin embargo ellas, dispuestas a ser escuchadas, llevaron su caso al Congreso y en la opinión pública se reveló una expresión más del machismo, esta vez en la carrera por conquistar el espacio.
«Las mujeres deben tener un papel en la investigación espacial. De hecho me parece inconcebible que el espacio exterior se restrinja solo a los hombres como si fuera un club masculino. Hace 100 años era inconcebible que las mujeres trabajaran en hospitales como auxiliares. Su estructura débil y emotiva no soportaría los horrores de un hospital militar. Finalmente les permitieron intentarlo si eran de mediana edad y feas, supuestamente porque las feas tienen un carácter más fuerte. Sr. presidente, sostengo que la idea de una mujer en el espacio hoy no es más absurda que la idea de una mujer en un hospital hace 100 años». Estas palabras hicieron parte de la defensa que Janey Hart, una de las 13, presentó en el Congreso al exponer su caso, y que daban cuenta no solo de ese momento, sino de cientos de años y de ideas que han puesto a las mujeres en una total desventaja frente a los hombres en todos los campos del conocimiento y que las mantiene encerradas en prejuicios y estándares que la cultura ha supuesto para ellas.
Aunque los esfuerzos y las luchas de estas mujeres ayudaron a introducir la noción de discriminación laboral en la conciencia popular, antes de que la Ley de Derechos Civiles lo hiciera ilegal, su paso por las cortes fue en vano. Mientras tanto, en 1963, la Unión Soviética superó a Estados Unidos enviando a la primera mujer al espacio, Valentina Tereshkova. Ella pudo haber sido alguna de las 13, pero la NASA no permitió a las mujeres formar parte del cuerpo de astronautas hasta 1978, momento en que también las participantes del Mercury pasaron a la historia. Ellas no esperaban que les bajaran la luna, querían llegar a ella.