Participación

Un día, mil historias de mujeres unidas

Por 8 marzo, 2018 octubre 20th, 2019 Un comentario

 

Huelga de las Capacheras en Bogotá – 1920. Esta fotografía pertenecía a Enriqueta Jiménez, quien le enseñaba a leer a este grupo de mujeres. Su hija, María Tila Uribe, usó la fotografía en su libro Los años escondidos.

Por Cristina Hincapié Hurtado

Amigas y compañeras… romped las ligaduras de la indolencia, la mordaza del escepticismo… sois fuerza latente, hacedla útil. Que se rompan cadenas, de prejuicios, de errores, de ignorancia. Por esto mi afán es organizaros, para que seáis poderoso elemento, necesario para el avance de la civilización.

Enriqueta Jiménez

Imaginemos un mundo donde las mujeres no tienen derechos, sino que son vistas como objetos que se venden y se compran. Imaginemos que, después de muchas luchas, la situación cambia un poco, y que, sin la posibilidad de estudiar ni hacerse profesionales, las fábricas deciden contratarlas como obreras, pues son mano de obra barata y se les puede tratar sin consideración. Imaginemos que sus jornadas laborales son de diez o doce horas, y que además de eso deben llegar a sus casas, cuidar a los niños, hacer de comer, barrer, trapear y arreglar la ropa. Imaginemos además que en las empresas el ambiente es hostil contra ellas, las obligan a trabajar descalzas para que no se vayan a robar nada entre los zapatos, sus salarios son considerablemente más bajos que los de los hombres —quienes trabajan igual o menos—, que son acosadas por jefes y compañeros y amonestadas cuando no responden a los acosos. Imaginemos que además no son consideradas sujetos políticos, solo por ser mujeres. Que no pueden votar, ni mucho menos ser elegidas en cargos públicos. Imaginemos que si ganan un peso, este debe ser administrado por su esposo. Que si su deseo la lleva a querer separarse, por ley, los hijos son potestad del padre. Imaginemos que jamás tuvieron la posibilidad de una pensión. Que no son tomadas en cuenta a la hora de crear leyes de protección o participación. Imaginemos que un día, una, cien, mil mujeres no soportan más la desigualdad y la privación de sus derechos, que salen a las calles, abandonan sus lugares de trabajo, se declaran en huelga y se reúnen, para exigir juntas aquello que les es propio pero que siempre les ha sido negado.

Imaginemos ahora, en ese panorama, que nuestras abuelas, bisabuelas y millones de mujeres han vivido e incluso aún viven esto como una realidad. Nosotras, que escribimos en computadoras, usamos nuestro dinero según nuestras decisiones, vamos vestidas al trabajo como queremos, tenemos una cédula de ciudadanía y con ella derecho al voto, no podemos sino ver la historia como una triste y preocupante novela de ficción, lamentando profundamente lo que han sufrido tantas mujeres en la historia, pero agradeciendo y recibiendo con respeto sus luchas, porque gracias a ellas vivimos hoy sus batallas como beneficios.

Nunca me había preguntado con rigurosidad por el origen del Día de la Mujer, solo tengo vagos recuerdos de pequeñas obras en el colegio, una historia siempre común de cientos de mujeres que murieron incineradas en una fábrica en Estados Unidos y rosas que iban de un lugar a otro cada 8 de marzo.  Poco o nada se hablaba de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, de las de las huelguistas de Estados Unidos y de Colombia, de las socialistas europeas y las revolucionarias rusas, y así, el Día Internacional de la Mujer fue simplemente un día más para regalar flores. Descubrí entonces que detrás de esta fecha se esconden las luchas, los encuentros, las huelgas y las decisiones de muchas mujeres que tomaron acciones para defender sus derechos, especialmente el derecho al voto y los derechos laborales, y que no hay un solo incendio detrás de esta conmemoración.

Muchas mujeres, más que un incendio

Seguramente recordamos, cada vez que se habla del 8 de marzo,  el famoso incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York, ocurrido en 1911, donde murieron incineradas más de 140 trabajadoras, la mayoría mujeres jóvenes inmigrantes entre 14 y 23 años y que trabajaban más de 50 horas a la semana. Los artículos y textos que relatan ese día histórico cuentan que un tiempo antes las obreras se habían unido a una huelga del sector textilero para exigir el reconocimiento de los sindicatos, mejores salarios y unas condiciones dignas de salubridad y riesgos laborales. Sin embargo, no fueron escuchadas. El sábado 25 de marzo de 1911, las empleadas de la fábrica de camisas de mujer más grande de la ciudad de Nueva York estaban a punto de terminar su jornada laboral, que cumplían en precarias condiciones, cuando el incendio comenzó a consumir el edificio. Más de 240 mujeres trabajaban en condiciones de hacinamiento y solo tenían una puerta para salir, lo que dificultó la movilización a la hora del siniestro. Otros relatos dicen que los dueños de la fábrica cerraban con llave las puertas y ventanas para evitar que las empleadas robaran algo, lo que aceleró la catástrofe.

Este suceso obligó a los empresarios a realizar importantes cambios legislativos en las normas de seguridad y salud laborales e industriales, pues la ciudadanía entera, especialmente el sector obrero, se manifestó al respecto. Además, fue el detonante de la creación del importante Sindicato Internacional de Mujeres Trabajadoras Textiles (International Ladies’ Garment Workers’ Union), que lucharía por mejorar las condiciones laborales a las que se veían sometidos, tanto hombres como mujeres, en la época.

Sin embargo, antes de 1911, los esfuerzos, las huelgas y las luchas de mujeres incendiarias, habían abonado el terrero que llevaría a las Naciones Unidas a instaurar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Las primeras luchas y encuentros giraron en torno a los derechos humanos, especialmente al derecho al voto, y dieron como resultado documentos históricos en los que las mujeres participantes decidieron por todas nosotras.

Y Colombia, ¿qué?

No deja de sorprenderme la escasez de artículos, documentos e información que hay cuando mi búsqueda termina en nuestro país. Las respuestas de los buscadores en relación con el Día Internacional de la Mujer en Colombia no van más allá de calendarios, algunos artículos que resumen los antecedentes mundiales y unas cuantas tristes noticias de lo poco que tenemos por celebrar en un país donde las brechas salariales, la violencia de género, la pobreza y las pocas posibilidades y reconocimientos a las mujeres siguen encabezando las listas.

Por fortuna, más allá de los buscadores digitales, siempre ha estado y estará la vida, esa que te lleva por caminos que a veces no entiendes muy bien pero cuyas experiencias guardas con la gratitud y el respeto no solo hacia quien te enseña, sino también hacia aquellas personas a quienes algún día les podrás compartir lo aprendido.  A María Tila Uribe la conocí primero en sus letras, su libro Los años escondidos me presentó a una mujer que guarda tesoros en un baúl que ya no existe, porque se lo arrebataron con la justificación de que guardaba ideas revolucionarias y por ende peligrosas, una mujer que conoce una parte de la historia que no se cuenta en los libros ni en las escuelas y que, a su vez, ha sido parte de la historia de Colombia.

Después pude sentarme en la mesita de la cocina de su casa a tomar café, y de pasar muchas horas escuchándola y conociendo ese país que desconocía. Un día me llamó a decirme que estaba en Medellín, que iba a dar una conferencia en la Universidad de Antioquia y que le gustaría que yo fuera. Era marzo, y su invitación, si bien no estaba directamente relacionada con el Día de la Mujer, tenía todo que ver con este tema.

«A veces alejamos tanto nuestra historia del presente, de nuestra cotidianidad, que parece que estuviéramos hablando de otro mundo —dice Tila— y sucede que la cotidianidad hace la historia, lo mismo que los seres de carne y hueso. La cotidianidad no es neutra, está atravesada por conflictos. Por ejemplo, para comprender el origen de las desigualdades sociales, de género u otras, hay que buscar en el pasado, porque las desigualdades se han construido históricamente». Y así nos introduce en la historia de la formación de la clase obrera en Colombia, y cómo las mujeres ingresan al mercado del trabajo.

En los años 20, cuando Colombia era un país de haciendas tradicionales y de costumbres casi feudales, el sistema patriarcal, católico por excelencia, tenía el control de la fuerza laboral, en su mayoría agrario. El trabajo en el campo y en las zonas mineras se sustentaba en formas esclavistas y de explotación a los obreros. En medio de este río que comenzaba a revolverse con la llegada de las ideas socialistas y las evoluciones tecnológicas de la época, ingresan las mujeres al mercado laboral. Por esos tiempos, Colombia recibió una indemnización de 25 millones de dólares por parte del gobierno estadounidense por la separación de Panamá, y el crecimiento industrial del país estalló en medio de lo que históricamente se conoce como «la danza de los millones».  Llegaron las máquinas de coser, los telares, las trilladoras, la industria tuvo un crecimiento acelerado y con él los abusos y la explotación no pararon de crecer.

Las colombianas, siguiendo los pasos de las europeas y las norteamericanas, hicieron uso de su voz para oponerse a los desmanes y unirse a las luchas por la reivindicación de sus derechos y los de sus compañeros. Mujeres como María Cano, líder nacional del Partido Socialista Revolucionario —PSR— y denominada Flor del trabajo; Betsabé Espinal, quien organizó la que se conoce como la primera huelga de mujeres en Colombia, en la Fábrica Textil de Bello – Antioquia; Carlina Mancera, reconocida en su momento por dirigir la hoja obrera La libertad; Enriqueta Jiménez, madre de María Tila, quien fundó la Casa del Pueblo en 1921 y dirigió la defensa de las viviendas de los Cerros Orientales en Bogotá en 1924; María Triviño, presidenta del sindicato de teléfonos; Elvira Medina, dirigente del PSR y quien asistía a las personas en las huelgas por su conocimiento en el área de enfermería;  Carlota Rúa, quien propuso eliminar el servicio militar en la época; Belarmina González, la primera mujer que redactó la ley para reglamentar el trabajo de las mujeres y los menores de edad, solo por mencionar algunas de una larga lista que Tila conserva en su memoria y sus libros. Ellas hicieron posible que hoy las mujeres tengamos derechos y garantías en el ámbito laboral y social, pues si bien el Día Internacional de la Mujer nos remite a la historia de la mujer trabajadora, a partir de su visibilidad en el ámbito laboral, lo que se consideraba privado, lo que estaba silenciado, dejó de serlo, y los derechos de las mujeres comenzaron a ser tema de discusión.

Con la participación laboral y la fractura del estereotipo de las mujeres que la moral y el patriarcado querían mantener, relegadas a los roles de madres y esposas, los derechos de las mujeres empezaron a ser un tema de debate público y a ser tenidos en cuenta en otros ámbitos, como el derecho a la educación (1927, 1932 y 1934), cuando se decreta que las mujeres podían ingresar a institutos especializados y universidades para formarse técnica y profesionalmente; el derecho a administrar sus propios recursos (1931) que eran administrados anteriormente por sus esposos; el derecho a la propiedad (1932), cuando se reconoce la igualdad patrimonial de la mujer en el matrimonio y se habilita la posibilidad de tener bienes y firmar contratos;  la protección de la maternidad (1938) por medio de la cual se prohíbe que las mujeres en estado de gestación realicen trabajos insalubres o peligrosos y se garantiza que las mujeres en embarazo puedan tener una licencia remunerada de 8 semanas y el derecho a conservar su trabajo; y el derecho a desempeñar cargos públicos (1936).  Un completo análisis de la transformación de estos escenarios en Colombia, especialmente en el ámbito sindicalista, desde donde se hicieron importantes avances por los derechos y la igualdad, fue elaborado en el 2005 por Ana Catalina Reyes Cárdenas y María Claudia Saavedra Restrepo, y publicado por la Escuela Nacional Sindical bajo el título Mujeres y trabajo en Antioquia durante el siglo XX, un informe que vale la pena conocer y compartir para comprender la trascendencia de estas historias, los imaginarios y las grandes transformaciones y tejidos que se esconden detrás de estos avances.

Hoy, después de tantas luchas, huelgas, encuentros y leyes, todavía no podemos hablar de un país con igualdad de género; al contrario, seguimos encabezando las listas de países con altos índices de feminicidios, de escasas posibilidades y recursos para fomentar la dignidad y el cumplimiento de los derechos de las mujeres, de bajas representaciones políticas y de pocas garantías que nos permitan vivir a plenitud, libres y reconocidas como sujetos de derecho.

Por eso, este año decidimos ponernos las gafas violeta, para que nos regalemos la posibilidad de ver el mundo desde una perspectiva distinta a la cotidiana, donde la naturalización de los abusos y las desigualdades han invisibilizado la vulneración de los derechos de las mujeres; unas gafas que no deberíamos quitarnos ningún día del año para comprender que la realidad cambia según como queramos quienes la construimos, que aquello que a veces consideramos normal no es más que una construcción social sustentada en el abuso del poder económico y político, y que cada cosa que denigra, afecta, daña y minimiza a las mujeres no afecta solamente a las mujeres, sino que es una afectación a la vida, a la sociedad y al mundo que queremos construir.

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