Catalina Cruz Betancur es hija de Nohelia y Jairo, mamá de Alejandro y de unos cuantos perros, perras y gatos, en compañía de Óscar. Estudió antropología y una maestría en educación; de su trabajo lo que más disfruta son los procesos formativos, por la posibilidad del encuentro y la conversación. Cada día agradecida con la vida por las personas que la acompañan en este camino. Actualmente es Coordinadora del programa Paz y Derechos Humanos, en la Corporación Región.
Por Catalina Cruz Betancur
Columnista Invitada
Porque finalmente, no hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca.
Eduardo Galeano
Hay eventos en la vida que nombramos significativos, es decir, que marcan diferencias, que nos denotan un antes y un después; pueden ser muchos o pocos, según la experiencia de cada persona, pero los que tienen esa trascendencia nos atraviesan la memoria y se quedan inscritos en el cuerpo y en el corazón.
En el 2005, la vida me dio la oportunidad de trabajar con dos grupos de mujeres que vivían en Altos de la Torre y el Pacifico, un asentamiento en la comuna 8 de Medellín al que ha llegado población desplazada de muchos lugares del departamento y del país desde hace más de veinte años. Ese encuentro fue una de esas experiencias que interpelaría mi vida, mi cotidianidad, lo profesional, la forma de pensarme la acción colectiva. Y significaría, además, una reafirmación sobre las apuestas que mantendría a lo largo de los años venideros: la apuesta preferencial por los derechos de las víctimas y por los derechos de las mujeres.
En ese espacio de acompañamiento y formación, que fue en doble vía todo el tiempo, se fueron tejiendo lazos de confianza y cercanía en los que la conversación era la constante. Y esas mujeres, que además eran y son víctimas del conflicto armado, pondrían siempre las memorias de su pasado en los encuentros del presente, y pondrían también las incertidumbres de cada día y las esperanzas de un futuro sin violencias. Los recuerdos estaban siempre presentes, ya fueran de dolor y violencia, de resistencia, de sus infancias, de sus amores, de sus familias, sus tierras; era siempre un espacio para el intercambio de las historias de las mujeres desde nuestros sentires y experiencias. Era un ‘entre nosotras’ que posibilitaba nombrar, descargar, sanar, resignificar, transformarse, transformarnos.
Ese encuentro, atravesado por el afecto y la confianza, generó posibilidades para la construcción de memoria colectiva desde diferentes lugares de enunciación, de comprensión del mundo, de haceres y saberes, de edades… y creo que la magia que lo hace inolvidable, lo que dejó una huella en mi vida, fueron las sonrisas, las complicidades, las lágrimas e incluso las tensiones y diferencias de reconocernos mujeres diversas.
Aquellas mujeres y sus relatos de vida fueron, además, una confrontación constante para repensar la construcción de memorias colectivas y las afectaciones diferenciadas del conflicto armado en la vida de las mujeres. En ese sentido, aparece la pregunta sobre los alcances y las disputas de la memoria, sobre lo que invisibilizamos como sociedad, sobre cómo hacer emerger las memorias silenciadas, subordinadas y excluidas. La pregunta de cómo hacer pedagogía e interpelar una sociedad que es indiferente y apática frente a la situación de las mujeres.
Las conversaciones sostenidas me recordaban cómo, cada día, las relaciones de poder y subordinación invisibilizan o silencian esas memorias: las de mujeres, jóvenes, indígenas, afrodescendientes, campesinas o mujeres con orientación sexual diversa. Me recordaban también, todo el tiempo, cómo ciertos contextos socioculturales han permitido la vulneración y limitación de los derechos de nosotras las mujeres, y cómo en contextos de conflicto armado se han profundizado imaginarios y estereotipos que han devenido en una situación estructural de violencias, discriminación y exclusión histórica contra las mujeres, contra todas, así no todas estemos en la misma situación.
Finalmente, en esa multiplicidad de mujeres y experiencias de vida, me preguntaba cómo la memoria puede apoyar a generar comprensiones sobre nuestro pasado para transformar el futuro. Un futuro en el que se reconozca la diversidad de las mujeres y sus memorias y así mismo, construir un mundo en donde podamos vivir sin violencias y discriminación. Un mejor mundo posible para todas nosotras.