Podría decirse que es el derecho a la sexualidad uno de los pilares fundamentales dentro de la lucha por la emancipación de la mujer, y que es en el terreno sexual, precisamente donde ella ha sido más notoriamente utilizada, produciéndose, a partir de esa utilización, prácticamente todos los otros tipos de discriminación y de sometimiento.
Por lo tanto la lucha de las mujeres comienza por asegurar el derecho a su propia sexualidad, por plantearse la conducta sexual como producto de decisiones íntimas que surgen del derecho sobre su cuerpo, sin imposiciones exteriores. Sólo a partir de su libertad sexual la mujer podrá conquistar su autonomía como persona, su identidad. Porque quien es dueño de su propio cuerpo y dueño, por lo tanto, de las decisiones que surgen de esa autonomía, necesariamente ha de enfrentar el mundo que lo rodea con mayor seguridad, con menos angustia, lo cual le facilitará enormemente la tarea de asumir ese mundo sin sobresaltos y sin remordimientos.
Y no es la libertad sexual sinónimo de promiscuidad, ni mucho menos de prostitución o de libertinaje; o todo lo contrario. Todo atropello, toda forma utilitarista que trate de convertir el erotismo en mercancía y la relación de los cuerpos instrumento de dominación, serán neutralizados un día por la actitud de la mujer libre, quien decidirá, a partir de su propia sexualidad, su conducta frente a algo que hasta ahora sólo se le ha entregado como imposición o, en el mejor de los casos como dádiva para mantenerla sometida.
Esta conducta habrá de alcanzar, ineludiblemente, a los hombres conscientes, a aquellos que comparten la idea del hecho erótico como meta elegida por seres autónomos, que se enriquecen mutuamente en una relación plena y limpia: la natural función del goce erótico, función de afirmación liberadora. Dentro de esa afirmación, decidirse o no por el aborto, habrá de ser, no ya un acto traumático, cargado de riesgos y de pánicos, sino una elección sana, producto a su vez de una sana actitud de la mujer frente a si misma y frente a los demás. El hecho de tener o no tener un hijo, planteado como una decisión absolutamente libre e intima, tal vez la más intima, puesto que se refiere a algo que sucede dentro de su propio cuerpo.
Pero por lo pronto nuestra situación es grave. Se calcula que en Colombia ocurren anualmente alrededor de 250 mil abortos provocados, y mueren, durante el mismo lapso, unas 1.500 mujeres a consecuencia de dicha práctica. Hacer permisivo el aborto es, pues, quitarnos la máscara de la hipocresía, poner las cartas sobre la mesa, reconocer públicamente un hecho que está sucediendo en la oscuridad y en circunstancias que ponen de manifiesto la realidad verdaderamente tenebrosa de esta situación. El uso de elementos que van desde varillas de paraguas y agujas de tejer hasta pedazos de alambre y palos de rosa, manipulados por personas que ni siquiera tienen un conocimiento elemental acerca de la configuración del organismo humano, determina hemorragias e infecciones que, cuando no producen la muerte, dejan lesiones graves e irremediables.
Naturalmente que en esta trágica situación le corresponde llevar la peor paste a la mujer pobre e ignorante, ya que las mujeres de cierto nivel cultural o económico resuelven su caso en condiciones muy diferentes, con médicos bien pagados y aún con viajes al exterior, sin que su vida se vea amenazada y sin correr ningún riesgo. Hay que hacerse, además, una pregunta fundamental: ¿Por qué llega una mujer a desear el aborto? Familias numerosas, que viven en casas estrechas, sostenidas precariamente con un salario exiguo; problemas de incomprensión que amenazan a la mujer soltera embarazada, no sólo en el ambiente familiar sino en su sitio de trabajo, incluso con pérdida del empleo; casos de violación que hacen insoportable el embarazo desde el punto de vista psicológico; riesgos graves de enfermedad y aún el peligro de muerte durante el embarazo o en el momento del parto, falta de adecuada información acerca del control de la natalidad, lo cual deja al margen a miles de mujeres que ignoran todo o casi todo lo relacionado con la forma de evitar el embarazo, etc., son apenas algunas de las razones que pueden constituir una respuesta.
Pero no es el aborto la fórmula ideal y seria un error plantear siquiera la idea de utilizarlo como bandera de una campaña antinatalista. El ideal sería la no tener que acudir a él, y no debe pensarse que estar a su favor significa gritar: «Viva el aborto». La situación es mucho más profunda y compleja y resulta evidente que la gran conquista seria poder disponer de los elementos espirituales y materiales que permitan a la mujer. decir NO a toda posibilidad de embarazo no deseado. Pero mientras ello no sea posible —y no lo es entre nosotros por múltiples factores— el abortó seguirá siendo la solución extrema.
Que entonces, por lo menos, no sea una solución azarosa y desesperada.
Un artículo publicado el 3 de septiembre de 1979.