Alba Lucía acaba de cumplir 25 años. Los celebró, si es que este término puede emplearse en su caso, en la cárcel de Abejorral, donde permanece recluida desde hace 5, acusada de homicidio agravado, con una pena impuesta de 42 años y cinco meses. El tiempo transcurrido ha hecho trizas su juventud, su ingenuidad de campesina sencilla, sus sueños. Embarazada sin habérselo propuesto, sin haber tenido siquiera una relación física elegida o aceptada por ella, deseada o disfrutada por ella, sino impuesta de modo burdo y violento, en estado de inconsciencia, víctima de la trampa mortal de un enamoramiento que le permitía imaginar un mundo distinto de aquel estrecho marco de su pequeña parcela. De ese enamoramiento queda tan sólo un amargo sabor de desencanto y abandono, la sensación dolorosa de haber sido asaltada y estafada en aquello más suyo que puede tener una mujer: su propio cuerpo.
Y en ese cuerpo, como si todo lo sucedido no bastara para la humillación, el anuncio de la semilla de otro cuerpo, una criatura ni siquiera presentida, y que sin embargo se incrusta ahí, en esa entraña que le dará forma y vida mediante un acto de la naturaleza, pero sin que haya contado para nada la voluntad, ni siquiera la conciencia del atropello vivido. Un hijo concebido de un momento a otro por artes engañosas, y que ocupará el cuerpo agredido de una mujer.
Lo que sigue a esa afrenta, es la muerte en vida de Alba Lucía, una historia que debería ser contada todos los días, en los periódicos, en la radio, en la televisión, gritada en la calle, en la esquina, en los parques, en las iglesias, en la escuela, en la universidad. Incapaz de enfrentar el reducido mundo familiar y social al cual pertenece, y que es tan sólo producto de una sociedad que idealiza hipócritamente a la madre, pero la condena cuando su maternidad se da al margen de normas y convenciones establecidas, Alba Lucía oculta su embarazo. Sabía que nadie creería su historia y que por el contrario, resultaría estigmatizada y expulsada de su entorno. Es necesario repetirlo aquí, ahora y siempre: sola, en la oscuridad de su casa campesina, afronta lo que era ya inocultable: un parto sin atención médica, sin nadie a su lado, alguien que la sostuviera, que enjugan su sudor, que hiciera soportable aquel dolor que desgarra el cuerpo; alguien en quién recostarse, en quién llorar tanta desdicha. El cuerpecito de la criatura se enreda, sucumbe entró la torpeza, el dolor y la desesperación. Alba Lucía recuerda -recordara siempre- un débil ‘suspiro apagado, pequeñito, más bien la sombra de un suspiro. Y luego, la muerte.
Tres días después del patio y habiendo sido acusada de estrangulamiento, es entregada a la justicia. Un año más carde, la sentencia: 42 años y 5 meses. Que quede claro en la mente y en el corazón: 42 años en una celda de una cárcel, Alba Lucía la engañada, la mancillada, la embarazada, la empavorecida, la atribulada, la sola, la madre, la dolorosa madre a la que sólo le quedó el suspiro de su niña. ¡Cuarenta y dos años de cárcel! Sus amigas de la Red de Mujeres, que no la han abandonado, la encontraron muy triste el día de su cumpleaños. La desesperanza parece devorarla poco a poco quitarle a pedacitos los restos de deseo de vivir que le van quedando. Llora mucho, y su única ilusión es la visita de sus familiares que se frustra aveces, por falta de dinero para trasladarse al pueblo desde su vereda.
Ya no escucha música y ha dejado de leer y de escribir, algo que aprendió con las compañeras de la Red, y que llenaba parte de ese inmenso vacío de su encierro. A la sencilla reunión asistieron también su hermana y su sobrino, y otra reclusa con quien comparte su celda. Tendieron una colcha en el patio de la cárcel, como si se tratara de un picnic, y ahí sentadas compartieron torta y refrescos, le obsequiaron sencillos regalos y le cantaron canciones que ella agradeció con una sonrisa triste, empañada por las lágrimas que opacan su hermoso rostro ensombrecido. Y se quedó de nuevo con su soledad y su abandono.
Alba Lucía es una herida abierta. Y su cárcel nuestra propia cárcel.
Este artículo fue publicado en marzo 20 del año 2001.