Firmada por «Mico», apareció en éste mismo periódico una caricatura que muestra a una mujer llevando en alto una pancarta que dice «;Abajo los hombres!», mientras otra mujer le replica: «Para serle franca, creo que están luchando por una posición muy incómoda».
Es elocuente la manera como este dibujo, y el texto que lo acompaña, repite al pie de la letra los esquemas tradicionales que siguen identificando la lucha de las mujeres por afirmarse y emanciparse, con conductas grotescas y actos ridículos, que no tienen nada que ver con el espíritu real de esa lucha. La mujer de la pancarta aparece, por supuesto, como una horrible, bruja desgreñada, gorda, fea y asexuada, que, aparentemente víctima de algún tirano próximo, resuelve su protesta en un inútil y torpe grito de impotencia que reduce el asunto, desde el punto de vista del humor, a un feroz odio por los hombres, a una guerra que decidirá quienes quedan arriba y quienes abajo.
Ya la sicología y el sicoanálisis se han ocupado del chiste como trasunto de bloqueos ancestrales, como expresión de conflictos y de situaciones que permanecen represadas en las zonas más oscuras e impenetrables del inconsciente. Podría decirse que los chistes comunes a un medio social dado, constituyen documento de primera mano para vislumbrar los problemas íntimos de ese medio, sus grandes frustraciones, y el dramático contraste que se da casi siempre entre los secretos anhelos y la conducta exterior de sus integrantes. El chiste, entre nosotros, se apropia de la figura de la mujer, la utiliza a su amaño, la reduce y la saca de la escena como persona, para convertirla en cosa torpe y ciega, como si existiera un miedo Secreto de que esa cosa despierte, y asuma su condición auténtica, y modifique no sólo el modelo íntimo y personal de su propia vida, sino el de quienes la rodean.
El chiste le ha hecho creer a muchas mujeres que si defienden su necesidad de emanciparse, si verbalizan su afán de ser tratadas como personas, si pelean por sus derechos, va a pensarse de ellas que es que no les gustan los hombres, y que, monstruosamente, han optado por convertirlos en enemigos mortales. Las mujeres conscientes no le tienen miedo a esa generalización porque, a través de su proceso de claridad, han aprendido a distinguir entre un hombre y un machista, y entienden que con este último es muy difícil, puede decirse que imposible, mantener relaciones dignas, no ya en el terreno sexual, sino en cualquiera otro terreno, entendiendo además, que en una relación de pareja, lo sexual y lo intelectual no pueden separarse porque son, ambos, ingredientes necesarios para el gozo auténtico. El machismo confiere a la relación entre hombre y mujer, un carácter permanente de sujeción, de desigualdad, de ejército de poder, que elimina ese gozo y que convierte la entrega en un acto turbio y desapacible.
Cuando la mujer del dibujo pregona «Abajo los hombres», la frase se convierte en juego verbal, valiéndose de equívocos y de palabras de doble sentido, que se refieren al hecho de que esa es una posición muy incómoda. El chiste deja ver entonces su condición de espejo que refleja, bajo el disfraz de la caricatura, aquellas ideas ancestrales que, a partir de lo sexual, definen toda una concepción del papel social de la mujer. Inmóvil, pasiva, quieta, anestesiada, la mujer es considerada, apenas, el vehículo para que el hombre sacie ansias vitales, satisfaga su instinto y su deseo. No es esa, sin embargo, la intención original de la naturaleza, cuyas leyes han sido adulteradas posteriormente en nombre de una falsa moral, de la cual se hace responsable, precisa-mente, a la mujer. Pero no terminan ahí las limitaciones impuestas. Esa pasividad que a ella se le decreta en el terreno erótico, se traslada, con todas sus fatales consecuencias, a su conducta social, y determina, también, actitudes que han de definirla como silenciosa, obediente, conforme y resignada, hasta el punto de que se piensa que es esa su verdadera naturaleza.
La posición tradicional, impuesta como única fórmula para el acoplamiento de la pareja, que los •polinesios llamaron «posición del misionero» y acerca de la cual pueden encontrarse referencias en cualquier tratado de sexología, resultó ser un medio eficaz para asegurarle a la mujer obediencia, inmovilidad, pasividad, y, como consecuencia, ausencia de placer. Ojalá «Mico» y los machistas que todavía andan por ahí, entiendan que los caminos del amor son múltiples e infinitos, y que no sólo no son incómodos, sino deliciosos y placenteros. Todo sirve a la causa del placer. Al menos cuando se es libre. O cuando no se es machista.
¡Abajo los hombres! articulo publicado en un periódico de la ciudad de Medellín el 25 de marzo de 1982.