Alba Lucía Rodríguez, campesina de 21 años, vecina de la vereda Pantanonegro, de Abejorral, cumple condena de 42 años de cárcel, acusada de haber matado a su hija acabada de nacer, el 4 de abril de 1996.
La abogada María Ximena Castilla asumió su defensa, después de dictada la sentencia de segunda instancia, e interpuso el recurso ante la Corte Suprema de Justicia, pidiendo la revocatoria de dicha sentencia, por considerar que durante el proceso se cometieron atropellos, arbitrariedades e irregularidades, tanto en lo que se refiere al derecho de defensa, como al aspecto probatorio.
Esta historia está anclada en una violación: es la violación de Alba Lucía, el origen y la raíz de la tragedia que hoy la envuelve, pero su violador ni siquiera fue llamado a declarar en el juicio. Avergonzada de su violación, asumiendo sola la carga de un embarazo no deseado, ni confesado, ni controlado medicamente; protagonista de un parto no asistido y lleno, por lo tanto, de graves riesgos; acusada desde el primer momento, de homicidio agravado, y carente, durante el proceso jurídico, de una adecuada defensa que le hubiera permitido demostrar su inocencia, Alba Lucía es un ejemplo dramático de lo que puede significar como desventaja, para una persona, sumada a otros factores económicos y culturales, su condición de mujer.
Desde esa perspectiva fundamental, han de ser considerados estos hechos, para que queden como documento dentro del vasto problema de la discriminación de género.
A pesar de la confusión y del miedo a enfrentar las reacciones que su embarazo produciría en su entorno familiar y social, Alba Lucía no pensó en ningún momento en interrumpirlo. Pero tampoco poseía elementales conocimientos que le permitieran manejar el proceso biológico y su desenlace, el alumbramiento. Esa mañana temprano, apremiada por lo que pensó que era necesidad de ir al baño, trató inútilmente de defecar y decidió volver a la cama. Estas son sus palabras, contenidas en la indagatoria: (…) «A lo que llegué a la puerta de la pieza, me dio un dolor muy duro, fui al baño y tenía un dolor muy duro y cogí a hacerme masajes, ya la niña fue saliendo y yo cogiéndola, llevándola con las manos para que saliera, cuando cayó al sanitario, ya la saqué y del desespero mío había un alambrito y le moché el cordón umbilical con él, cuando yo saqué a la niña del baño ella hizo un suspiro y ya, se quedó…».
El caso de Alba Lucía se ha hecho público y cuenta con una esperanza de tipo jurídico, gracias a la’ Red Colombiana de Mujeres’. Algunas de ellas, enteradas de su situación a finales del año pasado, la visitan desde entonces y le brindan su permanente solidaridad.
Ahora lee libros, escribe hermosas cartas con su pulida letra de quinto de primaria, y ha empezado a llevar un diario que refleja sensibilidad y emoción.
Se le nota cada vez más dueña de sí, más lúcida frente a todo aquello que le ha sucedido. No es fácil para ella vivir, ni lo ha sido en el pasado, pero ahora parece rescatar, de todo este naufragio, su conciencia de ser persona.
Y tiene, quizá por primera vez en la vida, unos brazos amigos que aligeran el peso de su cárcel.
Publicado en El Colombiano.
La justicia colombiana esta al revés