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365 días de resistencia

Por 13 julio, 2019 octubre 17th, 2019 Sin comentarios

El 27 de julio de 2018, un grupo de operarias de la entonces fábrica de confecciones IAS se tomaron las instalaciones de la empresa que les adeuda no sólo sus salarios sino la seguridad social y las cesantías, privándolas de la oportunidad de jubilarse. Son 18 mujeres que persisten en unas bodegas de Itagüí, como garantía para recuperar lo que por derecho les corresponde.

Por Sandra Valoyes Villa

«Por eso estamos aquí, tratando de recuperar lo que perdimos, ya sabemos que no vamos a recuperar la juventud, el dejar solas a nuestras familias, pero al menos sí recuperar un poquito de dignidad»
Adriana Rúa Sánchez

Hace un año, exactamente el 27 de julio de 2018, las mujeres del sindicato SINTRAIAS se instalaron en el espacio donde laboraron por más de dos décadas. Blacinia Jiménez Sepúlveda vivió ese momento y recuerda que ese día estaban trabajando unas 40 mujeres, ya que el día anterior les habían solicitado hacer una producción para poderles pagar algo del dinero que les debían de sus sueldos. «Ellos vendieron unos 7 millones, nos dijeron que nos tocaba a cada una de a 100 mil pesos, pero no nos los pagaron y nos dijeron que les dejáramos vender otra cantidad de producción para completarnos el pago».

Entre las trabajadoras que estaban allí había diferencias, unas indignadas por el hecho de seguir trabajando sin obtener su salario y otras esperando trabajar para recibir cualquier ingreso, así fuera una mínima parte de lo que les correspondía. Blacinia y su compañera Rosalba, muy alteradas por la situación fueron a comunicar a Gloria, la jefa de planta, que su decisión era no seguir trabajando y evitar que se vendiera cualquier producto elaborado con sus manos, pero «a los cinco minutos nos dijeron: muchachas váyanse para la casa que ya no hay más trabajo».

Dicho esto, a plenas 12 del día, la algarabía no se hizo esperar. Unas decían extrañadas: «¿cómo así?», otras: «y ahora ¿qué vamos a hacer?», Blacinia trae al presente que la respuesta que les dieron era que la empresa quedaba al encargo de un liquidador, ya que el dueño se había declarado en quiebra. Sin embargo, ninguna recibió carta de despido o notificación de la terminación de su contrato, y ante la solicitud respondían: «no necesita carta, se va», recuerda Blacinia.

Ahí decidieron quedarse. «Pero, ¿por qué no se van?», les decían repetidamente los jefes inmediatos a las trabajadoras, que un mes antes habían inscrito un sindicato en vista de las inconsistencias en relación a sus derechos laborales, por eso ellas contestaban: «estamos esperando que venga don Francisco y nos dé una carta». Ese momento fue tenso, llamaron a otros sindicatos para buscar acompañamiento.

Ya era tarde, no llegaba nadie, no había nada más que hacer y salieron de la fábrica, nadie quedaba adentro, cerraron la puerta y cuando le pusieron candado «Luz Dary reaccionó, dijo que se le había quedado la medicina, entonces le abrieron y ella llamó a las muchachas para que entraran y sacaran sus cosas». Ahí se quedaron, «ese día no sabíamos qué iba a pasar y sin embargo nos quedamos», dijo en el acto de conmemoración de un año de resistencia, Luz Dary Sánchez, la actual Presidenta del sindicato.

Este suceso cambió las vidas de todas, unas han sido apoyadas por sus familias, otras han perdido sus hogares, pero pese a todo, «lo más bonito que hemos aprendido es que nosotras tenemos unos derechos que deben ser recuperados. Ya uno sabe que no puede dejarse de nadie, ni del marido y eso se valora bastante», dice Adriana con mucho entusiasmo.

A pesar de no tener certezas de para dónde va este pleito, justo en días en los que el dueño del local lo ha solicitado, al unísono agradecen por esta etapa de sus vidas, porque este proceso les ha permitido conocer personas, organizaciones y aprender de temas que nunca se habían imaginado, ver que la solidaridad sí existe y reconocer la voz y la fuerza que pensaron no tener cuando eran las operarias de IAS.

«Estamos aquí para recobrar la dignidad que un día perdimos en una máquina»
Luz Dary Sánchez

Ni sueldo, ni salud, ni pensión

«Aquí trabajé 26 años» dice Blacinia, «yo empecé en noviembre del 93» cuenta Teresa, «cuando entré a trabajar yo tenía 20 años» recuerda Adriana, y Flor dice: «yo empecé en el 96, trabajé 22 años de los cuales no les importó».

Adriana Rúa Sánchez cuenta que hace 25 años empezó a laborar en CODINTEX, «en esa época éramos más de 1.300 operarias, la mayoría mujeres» hacían prendas para reconocidas marcas como Leonisa, Zumba o Bronzini. Ella no tiene mayores comentarios sobre esas épocas donde sólo resalta que les pagaban regularmente su salario, el mismo que le permitió sostener a sus dos hijos como madre cabeza de hogar.

Sin embargo, todas resaltan que en el año 2008 empezó la empresa a decaer, «una vez nos dijeron que se iba a cerrar y que todas nos iríamos. Echaron primero a las trabajadoras temporales. Cuando íbamos para afuera a las que teníamos contrato indefinido nos dijeron que no nos íbamos, que con nosotras se podía volver a parar la empresa y por eso seguimos laborando. Luego nos dijeron que tenían que vender la propiedad, nos mandaron para este local de Capricentro y acá pasamos a ser otra razón social llamada IAS, pero en ningún momento nos liquidaron de CODINTEX».

Como ellas lo indican, hicieron una sustitución patronal, redujeron la planta a la mitad y empezó una cadena de irregularidades que tienen que ver con la seguridad social, las cesantías y el no pago de salarios.«Íbamos al Seguro Social y no nos atendían porque había inconsistencias en el pago, luego nos quedaron debiendo seis años de cesantías y después pasó a los sueldos» explica Adriana.

Teresa Ocampo Fernández cuenta que en 2018 sólo les pagaron la EPS y la pensión de enero y febrero. «Había compañeras que iban donde don Francisco a decirle que necesitaban que les pagara la EPS porque tenían tratamientos médicos y el respondía: elija, si le pago la EPS no le puedo dar este pago, mire a ver qué necesita más, la EPS o el pago…».

Cuando requerían las cesantías debían entrar a una lista y podían acceder a ellas según el orden de llegada, además debían construir argumentos muy fuertes para tenerlas, pues de lo contrario no se las entregaban. Sin embargo, lo más extremo fue cuando les proponían préstamo de dinero para poder ir al trabajo: «nos prestaban 10 mil pesos para los pasajes, y que eso lo sacaban del sueldo», dice Flor Londoño Villa. Y como si fuera poco, «cuando le pedíamos para los pasajes, Joaquín nos mandaba a la Veracruz a bolear llavero», complementa Blacinia.

Por todas estas razones, ellas decidieron buscar asesoría. Fueron al Ministerio de Trabajo, a la Superintendencia de Industria y Comercio, a la Central Unitaria de Trabajadores, CUT y se dieron cuenta de que lo único que podía servirles era crear un sindicato. Sin embargo, Adriana dice que «ninguna sabía qué era eso», y Flor añade que la idea que tenía con esa palabra era más cercana al miedo: «¿Sabe qué creíamos que era un sindicato? Que a nosotras nos decían, si se forma un sindicato dentro de la empresa, el dueño de inmediato la cierra».

Por esos temores no fue fácil convencer a las compañeras para que se unieran en un sindicato, debían ser mínimo veintiséis integrantes. «Las compañeras no querían, unas decían que sí, otras decían que de pronto iban cuando salieran del trabajo. Nosotras éramos chiquiticas esperando, la reunión era a las 2 p.m., llegaron graniaditas, una a las 3 p.m. otra a las 3:30 p.m., otra a las 4 p.m., y ellos allá con mucha paciencia hasta que llegaron las 26 exactas», recuerda Adriana. Después de tanta angustia y de «hacer fuerza» el viernes 18 de mayo de 2018 quedó conformado el sindicato. Sin embargo, y desconociendo el fuero sindical, al siguiente lunes 21 de mayo fueron despedidas Adriana y otras 17 que habían fundado SINTRAIAS.

Unión: Fórmula para el «divide y vencerás»

Adicional al miedo que tenían para hablar, para defenderse frente a las injusticias, tampoco les permitían conversar entre ellas, y cuando lo hacían las separaban, Teresa comenta que «si uno se reía se arrimaban y decían: me cuenta el chiste para yo reírme también», y Flor, que se reconoce como una mujer conversadora, fue la que más sufrió porque la «mandaban por allá solita a revisar».

Después de tanto tiempo de estar juntas, se dieron cuenta de que estaban incomunicadas e inducidas a la rivalidad entre ellas, pues «se reunían con nosotras y nos decían que no servíamos para nada, que éramos malas y que ellas eran las buenas, y a ellas les decían lo mismo», cuenta Teresa, tanto que Flor recuerda que «pasábamos por ahí y no nos saludábamos, nos encontrábamos en el Metro y no nos saludábamos».

Pero no había forma de socializar, Adriana dice que «ni a la hora del desayuno (que era como de 5 o 15 minutos), nos gastábamos dos minutos yendo a la cocina, abríamos la coca, nos comíamos la comida y ya se había terminado el tiempo. Coma rapidito, abra la coca y vuélvase para la planta”. Teresa añade que además tenían turnos diferentes entre las dos plantas, siempre separadas, pues «nos tuvieron un tiempo que la hora de salida y entrada era con 15 minutos de diferencia. Cuando ellas estaban entrando ya uno tenía que estar en la plata trabajando y a la salida igual».

Ahora que están juntas, se conocen más, quizá han recuperado décadas de conversaciones interrumpidas sobre ellas y sus familias, y en definitiva han comprendido aquella estrategia que no sólo buscaba separarlas sino enemistarlas para mantenerlas divididas y evitar una organización de mujeres que defendieran lo que les correspondía. Blacinia es una de las que más reconoce el cambio cuando dice: «ha sido un aprendizaje para todas nosotras, pero bastante, ya no somos las mismas que se quedaban con la cabeza agachada».

Por eso se motivan entre ellas día y noche para cubrir los turnos de permanencia en las bodegas, un espacio que han resignificado con el objetivo de recobrar lo que algún día perdieron en las mismas máquinas que hoy son su símbolo de resistencia.

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